Sebastián Herrera Gajardo (Concepción, Chile, 1984). El año 2008 obtuvo la Beca de la Fundación Pablo Neruda.
- Copia Oculta (Ediciones Vox, 2011 y Cuadro de Tiza, 2012)
- Mesa Familiar (Calabaza del Diablo, 2018)
- Gestos para olvidar la costumbre (Bisturí 10, 2021)
- Julieta Marchant
- Luz María Astudillo
- Mariela Malhue
- Nicolás Campos
- Jonathan Opazo
Sebastián Herrera Gajardo
(De Gestos para olvidar la costumbre)
Encuentra. Calla.
Exige preguntas que luego olvida.
Entre el follaje, una llamada equívoca irrumpe en la puerta.
Ignora, duerme y acaricia el lomo de un perro.
La idea de una flor en el desierto
esa ligereza con la que se inunda la espera.
El volumen persiste. Los objetos se desintegran.
La voz de mi madre entre las iridiscencias de una ventana rota.
El aliento cálido y la respiración que se comprime.
Olvida caminar. Lentamente, con los ojos cerrados y los brazos contra el pecho.
Pelícanos en los dedos
dan nombre a la oscuridad.
–Su andar no respondía a ninguna de las maneras de hacerlo.
–¿Cuánto son un millón de pasos?
–Siempre una ocurrencia en la mente o una imagen ante los ojos.
Un ave muerta sobre la cama amenaza el recuerdo.
Un puñado de cerezas delimita el espacio
un recado frío que el cuerpo ignora
objetos buscan, no hallan.
Descifrar una idea y esperar que amanezca.
Describir el modo en que se articula el uso
la ironía de algunos nombres
regar las flores
abrir la puerta cuando nadie llega.
Un hombre busca refugio en el té, finge encontrar el paisaje.
Exceso lentamente vacío
ideas oscurecen.
Malas prácticas.
Prácticas habituales.
Se disuelven cirros naranjos en la piel.
La palabra rojo sobre el color que se ha perdido.
Primero la magnitud, luego lo pequeño e indefenso.
Hay cosas que se pueden ocultar durante años y aun así sentir que lo sabemos todo.
Despierta, come, se mueve sin una dirección específica. Vuelve a comer, vuelve a la
cama, vuelve a las preguntas.
Permitir que el brazo se acomode en el aroma espeso de la fractura.
La voz o su idea
el recorrido agoniza
cava una tumba
convoca al silencio.
La herida desaparece en el agua
tiñe un lugar que acabo de olvidar.
Algunas aves escarban un manto de hojas secas
una casa rinde tributo al fuego.
Riegan, mientras los animales callan.
En la proximidad de la realidad
lo extraordinario deja de serlo.
Sobre la cama, un bolso; en el interior, la oscuridad del vacío.
Acontecimientos construyen semejanzas
–sonidos, hábitos–
ciertos vocablos que se extravían
ideas que alguien olvidó apagar
se reúnen y deterioran.
Guardar nada. Perder todo.
Han pasado algunos años desde esa última vez.
El vacío hizo su propio espacio.
Una ciudad en el tiempo se suspende.
No hace frío. No hay inviernos
un lirio acuático poco a poco exige silencio.
Tras cada animal muerto, hay una voz que también muere.
Oculta una secuencia de precipicios
pequeños sueños resguardados en invierno.
Cuando alguien dice no, un cristal frío se encarga de herir los labios.
Volver todo a su sitio
predecir el tiempo preso de otros tiempos
una delgada tarde, sin contornos ni relieves
sobre el agua, en la boca
palabras congeladas y resecas.
Repetir el aprendizaje en la piel de un conejo
observar la ventosa que se aferra a las rocas
salir de casa deshecho de palabras.
Apaga la luz antes de quedarse dormida, las manos se escabullen detrás de la lámpara, una pesadilla la acompaña al costado. Un beso en la frente la hiela, el sonido cerca una voz anterior, la de un hombre y una mujer, o la de un hombre y un hombre, o una mujer y una mujer, o solo un hombre, o solo una mujer, o un hombre y una mujer, solos. Por el pasillo, los tacos de una madre, aunque aquí nadie ha dicho hombre o mujer, tampoco se ha hablado sobre estar solo.
En el desagüe, durante el otoño, una niña piensa si su casa sobrevivirá más tiempo que ella o si eso será el único vestigio de la civilización.
Bajo las sábanas, la ropa se demora en secar.
El aroma del eucaliptus se resguarda en la ventana.
Un tronco cae, recuerda la vida que no se debió vivir.
La naturaleza muere en un frutero plástico.
Entre los cajones de la casa no hay nada que robar.
Una idea aferrada a lo que la memoria restringe.
Alguien dio lo que no se quiso
carne, polvo, la vejez sobre tierra de hoja.
Las nubes se adormecen en un tono gris que nadie se esmeró en despercudir.
Lee con una máscara sobre el rostro. Mientras acaricia sus piernas, guarda un
secreto y no un cuerpo extraño en la conciencia.
Una delgada capa de hielo circunda la boca
un cuenco vacío en lo inconmensurable.
Los nombres se esparcen en su propio tormento
restos, migas de pan, pequeños pedazos de piel.
Tensar la tela hasta no dejar huellas
acariciar al mismo tiempo que se borra
llegar demasiado tarde al estrépito de un secreto.
Amapolas apagadas durante un atardecer roto.
El primer cuerpo, el cuerpo muerto.
( De Mesa familiar)
un buzo en una fosa la pólvora en los dedos antes de
acariciar un rostro un montón de cuerpos que pierden
sus nombres cuando los objetos colman
hablo del tiempo que tarda una piedra en desplazarse en
una pecera
el piso nunca parece lo suficientemente limpio para abrir
la puerta a sus visitantes
después de un tiempo hay cierta opacidad en los platos
¿y si alguien detuviera a la primera persona que decidió
dormir durante la noche?
la mano tibia de mi madre que intenta alcanzarme
una habitación igual de honda que un jardín de coigües
¿cuántas horas son necesarias para que las manos sostengan
el peso exacto de un hogar?
el orden del color en un recuerdo que se oxida
quizás todo nombre sea una distancia cuando la boca
solo dice lo que llega tarde
después de un tiempo te das cuenta de que los números
son a lo sumo palabras
las manos siempre quedan sucias cuando se hunden en
la tierra
escribo sin saber lo que se pierde en la costumbre
la repetición del color sobre un pelícano que ennegrece el
mar antes de comenzar la masacre
son los modos una ola revienta sobre las rocas mientras
una habitación acumula polvo en las esquinas
más lejos mis padres un hogar iluminado tras la
rompiente
hablo del recorrido y de cómo la brisa castiga el cuerpo
enrojecido por el sol
visité el mar posando mi oído sobre una fotografía llenas
de caracoles
bajo la cama las algas se esparcen alrededor de una silla
oblicua frente a una mesa también oblicua
¿en qué momento lo que se desliza por la madera mancha
un paisaje de púrpura?
Alguien piensa no tengas hijos ten perros
el rostro pierde su curvatura una mano se distancia de
sus costados el cuerpo de los cangrejos rodeados de
mosquitos el sudor que transita frío durante la noche
¿cuánto de la pequeña mancha en la alfombra habrá en la
voz que narra esta historia?
pienso en el modo de erigir una espalda cuando callas
los peces se pierden en el pacífico con la misma facilidad
que el invierno se difumina sobre el cemento
quizás es cierto y es otro el calor cuando el sol deslumbra
las aguas y las gaviotas huyen al tendido eléctrico
ahí la mano se empuña donde falta un nombre y un hilo
de cobalto pende de los labios
se despliega la hoja un par de niños se pierden tras
un riel
después de la guerra el desuso abandonarse
forjar un cielo la escena en el piso bajo el paladar
alguien dice una vuelta para no cambiar la amplitud de
un regreso
el cuerpo en el estante los nombres que no encuentran
su lugar
sé de las aves que escudriñan el bolsillo
sobre la mesa la boca llena ser víctima de la gran
depuración
se podría abrir la puerta y encontrar la voz un recuerdo
en los cristales el ojo envuelto sobre la piel que lleva a
cuestas el interior de la casa
la disposición del cuerpo la mano dibuja el paladeo de la
piel el curso y sus cenizas
disolver el rojo para no decir los restos sobre la ropa
quizás el ojo será quien crea llenar el vacío antes de
agotarse en la imagen y sus momentos
no hay más historia que la espalda y su curvatura
dejaré que hable para que desaparezcas
mi cuerpo se torna púrpura sobre el tronco de un naranjo
duermo con una idea y despierto escupiendo cardos sobre
el fregadero
como aunque no hay un aroma que preceda al hambre
cierran la reja y las palabras se desploman
¿una luz intermitente muestra o esconde?
quizás cuando el cuerpo se descompone un bosque de
cipreses crece sobre la tierra
hablo del peligro de olvidar todo aquello que ensombrece
un tronco envejecido bajo la piel mi padre desperdigado
en un aromo mi madre se deshilacha en la maleza
un cuarto se llena de claveles antes del amanecer
una llamada irrumpe el sueño la bilis que tiñe el cuerpo
bajo las sábanas
se establece el movimiento cuando los nombres forman
un paisaje
recoger la mesa limpiar los ceniceros lavar la loza y
ver cómo una idea se diluye en el desagüe
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