Diego Brando

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Diego Brando nació en Leones, Córdoba, Argentina en 1987. Realizó estudios terciarios en el ISFD Mariano Moreno de Bell Ville en donde se recibió de Profesor en Lengua y Literatura. Publicó dos libros por Editorial Vilnius y participó como invitado del Festival de Poesía de Córdoba. Colabora en un laboratorio bioquímico.

“Frontera”, 2016  
-“Todo lo que se hunde”, 2018

Autores recomendados:

Florencia Madeo Facente
-Brian Alvarez
-Eleonora González Capria
-Daniel Lipara

 

Diego Brando

 

(de «Frontera»)

3

Cuando mi madre hace un silencio
es porque sobrevuela sus flores
un colibrí de tonos azules.
Las tardes de verano en el patio
con los gatos extendidos a la sombra
de un aromo que crece enorme
suelen tener esa manifestación divina.
El pájaro puede irse y luego volver
construyendo otro silencio.
Yo solo pienso y contemplo,
así ha sido la vida de mi madre:
un momento detenido tras otro
en el que la muerte se ha querido posar en ella
con la prestancia de un pájaro eléctrico.

 

7

El cuerpo pide que lo rieguen
como esas plantas al comenzar el verano,
hojas y flores apuntando hacia la tierra.
El pequeño demonio que se posa
sobre la nuca y los brazos deja marcas
que arden al contacto con la lluvia,
y es preciso correr por las avenidas
del pueblo hasta refugiarse
en un pequeño alero de alguna casa ajena.
Somos jóvenes del interior,
vivimos entre la pereza y la insolación,
y correr resulta un acto desesperado.
Pero corremos y miramos quién se adelanta,
quién se queda detrás, y sonreímos.
Encontramos oro en una tierra abandonada.

 

(de “Todo lo que se hunde”)

2

Del verano a esta parte,
solo los grillos acompañan
el carácter mudo de la noche,
para después aparecer inmóviles
como piedras pulidas por el mar
o como cuerpos de caracoles en las costas.
¿Qué hacer con sus restos en la mañana
salvo llevarlos hacia la intemperie?
Llegará también un día
en que el clima acabe con nosotros
hasta sentir el frío o la certeza
de haber arrojado en nuestros mejores días
un canto inútil.
Cinco grados en la madrugada de hoy
y estamos despiertos,
una brisa toca nuestra cara y sigue su camino.
Algo se quiebra demasiado cerca.

 

5

Despierto antes que los pájaros,
pero más tarde que el viento.
Soñé con rituales
y con una vida sobre las aguas.
¿Cómo podría comenzar así
un día dentro de la normalidad?
Las barreras del ferrocarril permanecen bajas:
no hay trenes en el este,
tan solo el estruendo del aire
sobre las casillas.
Iré a trabajar
y esperaré a que el día tome la forma
de una realidad comprensible.
Construir la locura
también es habitarla.

 

13

Hay un silencio de catedrales
y un búho atraviesa la noche.
Grazna y me recuerda
que no hay descanso en los ojos abiertos,
que el corazón lleva años latiendo.
Y que no se detendrá hasta el diluvio,
hasta que entregue con mis manos
la memoria que abandoné en el campo.
Soy el hombre peculiar que fuma
y ve en el humo el deseo de una mujer
calcinada como una flor en el verano,
mientras su propia cabeza se asemeja
a una piedra suelta sobre el asfalto.
Erro por los suburbios y veo el fogonazo
de mis huesos sobre la niebla.

 

4

Hay noche más larga, hay escarcha
y hay ramas e insectos que caen
como cuerpos eléctricos.
Y de fondo el silencio
sin el ladrido de los perros
ni el escándalo de los hombres.
Y en la oscuridad el momento
donde el tiempo se detiene
para que afuera el aguanieve descienda
sobre los cables de alta tensión.
Mientras, adentro, una lámina
confluye con el caos;
y en la intuición agazapada del desastre existe
la luz de un cuadro impresionista.
Demasiado para quien no duerme
ni espera en la noche redención;
y en las manos, color tabaco y fuego
que se enciende cerca,
a punto de explotar o detenerse.

 

6

Creció la maleza allí
donde la joven sentada reía.
Desde que se mudó
ya no escuchamos su voz,
ahora tan solo vemos
a través de nuestros tapiales
las nuevas torres eléctricas.
Guardamos para nosotros
el recuerdo de su gracia
y, como esos obreros
que cuelgan del aire,
hacemos malabares
sobre el vacío.

(Inéditos)

I

En el fondo de la segunda mitad de mi vida 
solo hay basura acumulada,
tropeles de caballos que huyen hacia el desierto.
No recuerdo ahora cómo era antes,
todo aquello quedó lejos
como la sombra de nuestros ancestros
bajo el limonero.
Si hago un esfuerzo solo sé
que algo desapareció y que lo lloramos,
y que lo que comenzó a acumularse 
cedió ante la nieve.
Agua podrida de la que sin embargo bebo.

 

II

Duermo profundo en la noche del caos,
cuando la ciudad se deshace a golpes eléctricos,
a latigazos de Dios sobre inmensas bestias,
en la suma de una música con instrumentos 
que son el delirio, la máscara oculta 
de una representación dramática.
Y si me hubiera mantenido despierto
habría saltado sobre el agua,
empapado de barro la cara de la gente;
y si no lo hago es porque duermo
sobre aquel otro derrumbe que es mi cerebro,
un cántico a la locura, a la noche de la lujuria,
un espanto de cangrejos corriendo hacia la playa
frente a un mar inexistente o desaparecido.
Pero duermo y eso es todo,
profundo como el pozo más hondo
en que uno cae cuando es demasiado tarde,
después de haber padecido el propio desastre
en el medio del fuego y su furia.
A la noche siguiente prenderé la luz y esperaré,
y si la calma se repite
como un disco que acaba y vuelve a sonar,
esperaré la próxima, 
y el deseo se abrirá como un animal a la intemperie,
un cuerpo hinchado pero vivo,
la cara oculta de dios sobre una moneda.

 

 

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