Andrés Villalba Becdach (Tush)| Ecuador

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Disociada vida académica de Comunicación Social en Quito y Literatura Hispanoamericana en Italia. Ha practicado varios oficios: custode de obras de arte, administrador de hostal, vendedor de pantalones, cuadros, alfombras, sombreros de paja, corredor de bolsa, valet parking, pizzero, grafitero, traductor, editor, respondedor de misivas, discursero, ayudante de cocina e inspector de materiales peligrosos de carga para aviones militares. Colabora en diversas revistas culturales. Realizó la antología de poesía ecuatoriana Caballo sea la noche, de autores nacidos entre 1958 y 1985 (Cinosargo, 2015).

«Cuaderno Zero» (Eskeletra 2010)
«Luigi Stornaiolo: el arte de la digresión» (Gescultura 2010)
«Obscenidad del vencido» (Catafixia 2010)
«Menos que cero» (Honda Nómada 2011)
«Muñones» (Eskeletra 2011)
«De los acorralados es el reino» (Murcielagario 2014)
«Soterramiento» (Ruido Blanco 2014)
«No mueras joven, todavía queda gente a quien decepcionar» (Cinosargo, 2015)

Ernesto Carrión (Ecuador)
Juan José Rodinás (Ecuador)
Cristóbal Zapata (Ecuador)
Roy Sigüenza (Ecuador)
Fernando Escobar Páez (Ecuador)
César Eduardo Carrión (Ecuador)
Kelver Ax (Ecuador)

 

 

ANDRÉS VILLALBA BECDACH (Tush)

 

EL PULGAR DE SIMIC

En la plaza Vigil de Tacna hasta el incienso de vainilla es falso. Todo es falso. El cuarto de hotel es un chicle: la vida apócrifa. Bebo a diario ungüento lóbrego de estrellas al fondo de este vaso de chicha que es igual a la placenta de una tortuga. Ediciones pirateadas de Luis Hernández: todo lo que tenemos que viajar solo por ser más inútiles y justificar nuestra incompetencia. Los pajeros e inservibles no tenemos salvoconducto para vivir: de ahí viene la obstinación de refugio en cualquier poema por más malo que sea, es una extensión de esta terrible ineficiencia, de esta derrota, de esta caricatura y trampantojo que somos. Sabemos que escribir/leer un poema es el onanismo superlativo, como un perro que cubre con tierra su mierda para ocultar sus traumas. Es que somos adictos a los grandes enfermos: ¿un escritor que no está enfermo es un tipo de cuarta? El tembladeral del despojo con el corazón planchado como una orquídea de vidrio. Hay que convencerse que solo dormimos para olvidar el hartazgo consuetudinario. Solo dormimos para olvidar. Es la soledad más tenebrosa en esta artillería al sur de la última cornisa del Perú: libros como espejos donde contemplo mi rostro alguna vez lozano y ahora ferozmente ajado: Ave soul, Alcools, Insufrido fuego. Los estúpidos y retorcidos autores que leí de joven, de los que me enamoré y solo cambiaron mi vida para mal. ¿De qué sirve seguir hueveando para sublimar la vergüenza? Otra vez a perecer con las espinas del sr. de los guayabos y con la edad acumulada en la garganta. Sufre mucho el payaso desmaquillado del corazón porque en la noche –ya estoy en Quito otra vez– cuando esta ciudad vuelve a su camisa de fuerza, cuando vuelve a su lápida sin cruz, las buganvillas son cigarrillos, los meteoritos son escoriales y los puentes son el vómito seco de un triste borrachín de lunes. Los teléfonos son venas y la lengua un hermoso trapeador con brea. Otra vez se me cayeron 40 dolaritos: un templo de tristeza con las piedras de mis bolsillos. No entiendo para qué las flores de ceniza que crecen en tu lengua si tenemos la sangre del pulgar cortado de Simic para pintarnos los labios.

 

FUI LÚCIDO EN LA DERROTA COMO SÁNCHEZ 

Amo las yeguas que duermen bajo tu almohada: estrújalas. Si fuera mexicana te hubiese hecho un altar (te pareces un poco al santo Malverde). Pero llegó el cansancio y la peste. Las verbenas fueron hormigas hasta convertirse en cadalsos, tristes tambores e inútiles palabras de amor. Loser total desde siempre. Soy smog, un motor de recuerdos baldíos, mi disoluta, gratuita y extraviada vida, también tengo el ego grande como los huevos del señor Peláez de Altagrana de Orituco: súbeme a la claridad, soy un simio abyecto que necesita perdón y como el eucalipto no dejo que nada crezca alrededor: solo necesito una troncha vaga que esté cerca mío para olerla y así concentrarme para escribir cualquier cosa, más nada. Soy la enfermedad de mis recuerdos, un zorro taciturno adicto a la felonía: la lealtad es vicio de traidores. Un arcoíris en el cenicero lleno de mierda cuando los geranios de la infancia solo son hueso en polvo: los caballos que beben las lágrimas de mis muertos íntimos. Solo supe lavar mi hígado entre la polvareda y el smog con la lluvia salvaje de esta triste ciudad. Ahora que duermo con tus medias porque aprendí del frío en la cima y en el acantilado del colchón. Nos robaron tantas cosas antes de que sucedan. Como la vecina que se saca cuyes de las manos y por pudor nunca pude regresar ni a verla. Queda seguir de tozudo con este tráfico ilícito de páginas gastando tinta, llenarnos de arrugas hasta desempolvar el puñal, hundirlo en todo eso que fuimos cuando los pájaros sufrían castrados en nuestras manos. Y otra vez la lluvia de Quito a las 6 de la tarde, las moscas de granito, el trapeador en la cabeza, la tristeza, el brillo del cepillo de dientes que me regalaste, todas las puertas que rompimos porque siempre perdimos las llaves. El terraplén. Y el camal donde conseguí trabajo solo para aprender a llorar.


HURTO

 

I

Arribó de España en 1908

huyó de la cacería de brujas
del gobierno español a los comunistas

acusaba fracción Roja realista
en la lista carmín cortaban
sin remordimiento la cabeza a los disidentes

un buque civil fue la madriguera
de migrantes noveleros por dos meses

el Mediterráneo tiene más espinos
que los cactus de San Pedro del desierto
de Sonora

en la cruz, el mareo y hartazgo del viaje
fue amigo cercano del capitán del barco

–arribaremos a tierra erial, paraíso
de emprendedores, allá puedes encargarte
de nuestras mercancías– le dijo

una vez anclado y desempolvado
del piojo de la cruzada,
cuando pasaba la migración
del puerto de Guayaquil
le preguntaron:
–¿cuál es su nombre?
–Ramón –respondió
–¿Ramón qué?
–Ramón Villalba –dijo con pavura
(venía de la ciudad Collado Villalba cerca de
Madrid
y nunca reveló su verdadero apellido
la tumba se tragó el secreto
la persecución a los rojos no tiene sosiego)
en Guayaquil fue encargado de recibir
mercadería de otros barcos españoles
se graduó de arriero con burros de Buenaventura
viajó a Milagro, Ibarra, Latacunga, Guayllabamba,
Cayambe y Quito

en la casa de la Esquina del Coco en Ibarra
desposó a Teresa Andrade
30 años menor que él
la jovencita era la hija no sacramentada
de un latifundista con una hermosa doméstica negra
–nueve hijos y entre ellos, claro, mi abuelo Edmundo–
nadie les dijo que no hay por qué imponerle
 a otro la carga de la vida perturbando
la paz de la materia

Ramón fue Coronel de las huestes de Alfaro
Gobernador en Esmeradas y coleccionista
de espadas:
qué placer cortar sambos en el aire

en 1956 murió con cáncer de pulmón
en una casona desvencijada
al lado de la Basílica de Quito

nadie supo su verdadero apellido:

mi apología al extravío.

 

II

Llegaron desde Líbano en marzo de 1910
días antes Jalil Becdach
escribió un artículo con epítetos recargados
contra la corruptela del Imperio otomano turco
la policía secreta turca lo buscaba
para quemarlo

había que huir urgente
lo acompañó su hermano
un sastre intitulado Camel Becdach

se embarcaron entre galeazas, zambras, tafureas
y caramuzales que decían:

“Destino América”

los carajos, los coños, los boludos pensaron
–magnánimos ilusos, diáfana la ilusión–
que orillarían frente
a la Estatua de la Libertad en Nueva York

el Mediterráneo siempre fue más denso
que la niebla en el ojo de un perro
el viaje gozaba de cadalsos

dos meses y medio después
henchidos de mortuoria arribaron
al puerto de Guayaquil
aguas profundas: al menos16 metros de calado

no se dejará de dragar el Puerto
qué vaina
la suerte es un guiñapo
nos tocó empezar de cero en este
pueblo lúgubre, lóbrego y feo
–pensaron–

rehén, muslime, zoquete, saharaui, olíbano

la necesidad hace que esta gente árabe sea especial

Camel viajó en tren hasta Quito
obnubilado por la desfloración se inflamó
con Rosa Zabala de 13 años
vendió lo que tenía que vender y la secuestró
–ocho hijos entre ellos, claro, mi abuelo Hassan–
nadie les dijo que no hay por qué imponerle
a otro la carga de la vida perturbando
la paz de la materia

Camel fue pelucón y tuvo un almacén de camisas
en las calles Chile y Benalcázar del Centro Histórico
de Quito
fue dueño de terrenos de palma africana
en Esmeraldas
y mercader de víveres en mula
murió en 1940 con derrame cerebral.

 

III

Sucede que en Esmeraldas por avatares
de la intersección a destiempo
hicieron mancuerna Ramón y Camel

se dedicaron al tráfico y contrabando ilícito
de espadas y pianos españoles

duró poco la sociedad
no se sabe quién robó a quién
la reyerta cobró venganza
y aquí estoy:

malqueriente
bisnieto de moros sapos

22:51 pm de otro domingo brumoso quiteño
más quebradizo que la cuerda anémica
del mundo

con tantas deudas que necesito una cortina
de cemento en los párpados

vacilo en los estertores tristes de una botellita
de whisky
con una lámpara gris como vacío, cúpula y fuga

subo al segundo piso de esta casa
en la Almagro y República
–ya debo 2 meses de renta–
y abrazo a Tomás que está con escalofrío,
mal de estómago con vómito y diarrea

nadie me dijo que no hay por qué
imponerle a otro la carga de la vida
perturbando la paz de la materia
–pero este chico es genial y tenía que nacer–

y aquí estoy

malqueriente

en el traspapeleo de un escritorio viejo
frente a la computadora prestada de la oficina
con el desorden diáfano y la riqueza cruel
de esta blanca pared –como la pared que son mis días–
oyendo la banda sonora de Django en youtube
frente a los fabulosos dibujos colgados de mi hijo
cuadritos de Stornaiolo, Paccha y Bastidas
una foto excesivamente vívida de Silvia
y mía en Roma cuando teníamos veinte años
con un elefante chino de abeto que me regaló
mi padre y el cuchillo tailandés de mi tío Gato
libros de poesía de Lowell, Lamborghini, Corso,
Lihn y Jamis

pensando en la felonía de mis bisabuelos:

¿quién traicionó a quién?

qué importa:

soy el producto torcido de su hurto.

 

HAY QUE LLEGAR BORRACHO

Hay que llegar borracho muy borracho a las 5:11 am después de haber dilapidado todo lo poco que quedaba, lo que nunca tuve y pensar que siempre fui importante, que tengo algo que decir al mundo, que el santuario de traumas que acarreo sirven de algo, ¿de qué me sirven los traumas del prójimo si tengo suficientes cruces de lodo con los propios?: en esa pregunta radica el onanismo inmortal de la poesía.

Solo somos un saco de cemento con muchas agujas en la boca. Hola sr. Cebritas, son las 6 am y otra vez estoy borrado del mapa, todo lo que haga va a ser malo, solo servirá para perecer en el colmillo del arrepentimiento y escribir boludeces como éstas. Si solo supieran lo que me cuesta la baba en la página. Huele feo. Crecieron polillas en las venas: luxis de alcantarilla en las venas. Entiendo que todo lo hice mal y tarde. Tantos años en coma solo para pontificar y prolongar el parasitismo: el cruel ritual del fracaso como un alacrán de agua en el desierto del poema.

Tengo una flecha de abono en la boca, soy como ese pájaro tuerto que reposa en el árbol de leche que sale de mis tetillas: la noche de ojos de caballo donde gimen mis máscaras, la noche donde encontramos colchones dentro de los ojos del ganso que tiene nuestro muñeco en su nudo de mortadela (nuestro pene en su ano). No es posible, hay que dolerse muchísimo y sentir que cada palabra es una venta trunca de flores y ángeles extraviados, cada palabra es una casa de ceniza, cada palabra es un alambre de púas.

Tengo un cenicero que duele: es la silla eléctrica del mentiroso y felón, no puedo coserme la boca con las hilachas del ángel anoréxico: la ceniza de la libélula en la boca ha sido bien fea. No hay que preocuparse: vendrán vergas mejores. La grasa no se lava, tengo tanta grasa, esta página es un templo de grasa, esta página es una motocicleta oxidada, un zaguán, una deuda, una ventana de youporn donde también pierdo. No puedo ser tan enfermo, no es culpa, la enfermedad vino cuando me regalaron el primer reloj: el primer trauma bajo este paraíso de azufre: la salvajada de la noche extiende su agonía en mis carencias, sus ratas en mis orificios.

Lo único bueno de esta abadía de pérdidas es que sigue lloviendo: el olor de la lluvia con smog es el recuerdo más diáfano de la niñez. Merluza de infancia donde tropiezo todos los días y amarro mis cordones a los rieles: también puedo decir que fue el tren el que se chocó contra mí. Ya no hay cómo ser obedientes y domesticados: somos como los pajaritos con sida que tienen muletas como alas en la copa de ceniza del árbol de vidrio que crece en nuestras cabezas: mi cielo de yeso y gasa donde retozamos con los cuerpos que no pudimos desmembrar y corromper: el amor es la destrucción de los misterios.

Nunca habíamos llorado tanto como la última vez que nos despedimos con mi hermana Karina en Wynwood Walls: el llanto como un tiburón que muere desde que sale de mis párpados hasta que cae en las manos.

Hay que dormir y desparecer, pero tampoco puedo, son las 6:17 am y tengo el cerebro en las uñas: llueve sobre la lengua del espanto. Graniza sobre este jardín de costras que tengo como cabeza, sobre este hervidero de pájaros de mercurio y estrías que tengo en el pecho, sobre esta tristeza que acarreo como cuerpo: la lluvia en mi ventana siempre fue la piedad de mi fracaso.

La sombra incandescente de los grillos se pierde en mi boca: en mi corazón hay una lámpara llena de orugas y moscas muertas. ¿Tengo un Calígula en el escroto? Tarde comprendí que el rostro es una pastilla efervescente bajo el agua.

Ayer fui a un bar, hubo un concierto de rock, una chica inverosímil cantaba las mismas canciones que mi mamá hace 30 años. Solo pude retirarme y doblarme en la barra, cabecear y cabecear la barra para perpetuar la trizadura, pedir más traguito y llorar llorar llorar.

¿Tengo una anguila de alcohol en las venas?

Un whisky de 18 años funda su mariposario de acero en mis dendritas.

¿Despierto sudando y con frío dentro del sueño trunco de la borrachera?

 

ADICTOS AL ACORAZAMIENTO ANDINO

a Luis Borja

Todos los días salgo derrotado del trabajo, con la guillotina de la testa en las manos solo para mirar abajo y más abajo: paraíso de orquídeas negras en las grietas del asfalto, al filo del acantilado solo existe la piedad del carroñero: soy una flor de hueso. –Con tanta carroña en la cabeza te convertirás, me dicen, en carroñero: hay un buitre voraz de ceño torvo que te está devorando las entrañas–. ¿Es verdad esta rosa de cocaína que tengo como esqueleto?

Bajo a La Marín por la calle Chile, uno de los recorridos más feos del mundo a esperar el bus de regreso y todo, solo para hacer lo mismo al día siguiente: el hartazgo como una hamaca en la garganta del gallo más méndigo del alba. Aquí, donde el corazón es un motel de termitas y alacranes badeas andinos, aquí, donde fulgen muertas las calles en la capital más andina del planeta y son tan vivos los cementerios el domingo a las 6 de la tarde: eso es Quito. Y es domingo. Y llueve. Y veo la niebla cabecear en las ramas secas. Tras las ramas, la ciudad como un pájaro desollado. Tras el pájaro, estoy mudo frente a esta máquina con el acto obsceno de tener que dizque escribir y decir cualquier boludez: la palabra llegó a la cúspide de la degradación. Veo pasar los carros como cruces rojas, las gotas caen como mi cuerpo del otro lado de la ventana. La lluvia como una mantarraya que viene a besar mi quebranto, la lluvia como el semen de los tigres de lo que nunca pudimos ser, la lluvia quiteña como el ruido de la ratas que copulan en mis zapatos.

Somos menos que una lágrima en un río de brea.

Todo el esfuerzo cae en saco roto, del sudor florecen avisperos de ceniza: avispas de carbón que saben llorar. El musgo que repta por las venas me recuerda que soy una chalupa sin remos: soy la costra en los muñones de la misericordia, hundo mis piernas en el asfalto y sale una mujer muerta: canción llévame lejos y roguemos que mañana me convierta en otro infeliz.

Qué tristeza dármelas de payasito con todos: sangran el esfínter de tanto reír, pero soy incapaz de sacar una sonrisa a la persona con quien vivo, duro, duermo y muero, solo avivo su mohín y desprecio. ¿Por qué le tengo tanto miedo? ¿Soy culpable de su mala leche y agravio? Siempre se acuerda de boludeces crispativas que sucedieron hace años para acorralarme: no informa sobre conflictos: los busca, induce, crea y anhela. En mi caso insumiso, como no agacho la cabeza, lo hace para debilitarme, sojuzgarme y darme el puyazo cuando estoy con la sangre y tinta del plumero sellando las grietas del asfalto.

Hay un muro y un cadalso en sus manos, hay mentiras, me da miedo subir, bajar, todo lo yo que diga y haga va a ser siempre malo, tiene la capacidad de rastrillarme todo el alquitrán de su tristeza en mis sensibles orificios: son huecos que se dilatan como la boca de los presos, son tatuajes que abrigan el cuerpo de los enfermos…y a las estatuas de las enfermeras, cuya cruz roja en los pechos es una cicatriz del beso de un enfermo.

 Deja que te tatúe un remolino en el orto, déjame limpiar el moho de las bolas de los jardines colgantes de Babilonia. Deja que me acueste a tu lado solo para llorar y oír música triste. Los que vivimos de extras chupamos caramelos baratos y tú solo quieres crema. ¿Crema para qué cuando puedes lavarte el Orinoco con mis lágrimas?

Fracaso a ultranza, son nuestras espaldas las que se follan, los gases son nuestras palabras, la cruz de hielo que sale de nuestras lenguas cuando no queremos la cosa dice más de lo que nunca podremos decir. Somos adictos al triste acorazamiento –cuidar la chepa– que impone la melancolía y niebla andina, nunca dejamos que llueva ron y que huela a incienso de vainilla, curry y mirra desde el aceite y el calor de albahaca de la entrepierna y la sobaquera afeitada: solo celebramos nuestro canto a la desintegración. ¿Caminamos parejo hacia lo insobornable de la desintegración?

Vuelvo a ser ese idiota que siempre quise ser azotado por la lluvia de todas las universidades donde no pasé de primer semestre y quedé estocado en su empalizada. Auténtico manual del derrotero: sobrevivir por el camino de piedras pisadas por la victoria de los otros. Piedras con las que me identifico. En el principio fue la piedra. Y en seguida los cristales rotos. Pero ya no espero nada, claro.

 

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1 comentario

  1. P. Kingman

    Tush! Gozo leyendo tu verborrea! Eres un capo hermano

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