Pamela Romano por Juan José Podestá

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ave no chao imagen interiorVUELO RASANTE EN TORNO A AVE NO CHAO

I. Emprendiendo vuelo.

La convención nos dice que la Times New Roman 12 es una excelente fuente de letra para reseñas, comentarios de libros o críticas académicas. Sin embargo, me parece que el hecho que mi notebook arrojara la Calibri como letra predeterminada, es una buena señal, dado el título portugués del libro, Ave no chão (Pamela Romano, Yerba mala cartonera, 2014), que en español significa “ave en tierra”. Todo lo cual me remite a los colibríes, aquellas aves que el internet me describe así: “Los colibríes son los auténticos maestros del vuelo, capaces de aletear hasta más de 70 veces por segundo consiguiendo un dominio absoluto del medio aéreo, donde no hay acrobacia que se les resista. Este control total de su locomoción en la columna de aire permite a los colibríes permanecer suspendidos en un punto fijo, algo que ningún vertebrado volador es capaz de emular siquiera con un ápice de la precisión que demuestran estos animales privilegiados”.

Por cierto, no debo dejar pasar que el nombre de la poeta es Pamela, vocablo para el que no hace falta ser un lector perspicaz para asociar con paloma, esas aves de ciudad que invaden entretechos, plazas, esquinas, y que molestan con sus ruidos y abultada presencia a más de un transeúnte, en Cochabamba, Lima, Santiago, Berlín o Estocolmo.

Pero hay más: las aves en tierra inevitablemente nos acercan al poema “Albatros”, de Baudelaire, y que es el más hermoso acercamiento a la condición (ya puesta en duda) romántica del poeta: sujetos que como esos inmensos pájaros marinos en la cubierta de un barco, no tienen nada que hacer en el mundo real. El albatros planea en el aire como un maestro, causando la admiración de los marinos. En cambio, en la cubierta del buque son vergonzosamente torpes, inútiles, entregados a la burla; así como el poeta, cuya habilidad para imaginar, escribir y delirar es inversamente proporcional a su agilidad en la vida cotidiana: no saben hacer casi nada más que perder el tiempo soñando despiertos. Por lo menos la mayoría.

II. Vuelo rasante.

Leer Ave no chão se parece a esos ejercicios sonoros de las clases de música, cuando los profesores pedían encontrar sonidos similares, ritmos parecidos. El libro de Pamela se escucha más que se lee, y es hermoso y vertiginoso en su delirio musical. Melopea la llaman los críticos, aludiendo al lejano y cercano abuelo Ezra Pound: la musicalidad de las palabras haciendo de las suyas en el poema. Escuchen esta hermosura, este acopio de ritmo en los versos: “el polvo de este espacio que se cubre mi perro /que olfatea me sigue quiere cubrirse pide mi mano /me acompaña en el desastre como recordando / lo desastroso de esta alegría /rugir sin tu rugido en la espera larga / de la impaciencia y también escribir lento / con los dedos desencajados con un sólo dedo” (“de esta alegría”).

La musicalidad no es lo mismo que el ritmo. La primera puede vivir sin el segundo, no así al revés. En el caso del libro de Pamela-Paloma, esta convivencia es un arte marcial. Como los movimientos del colibrí ante una hoja dulce, aleteando cientos de veces para extraer el néctar más sustancioso, con una precisión que ni Mohamed Alí consiguió, y eso que afirmaba que volaba como mariposa, y picaba como abeja.

En la ligereza rítmica y musical del texto, las palabras se cuelan como aire; y así lo señala la autora en un momento: “1. Las palabras son materialidades que no son” (“de esta alegría”). Pura conciencia autoral del trabajo en Ave no chão, y cómo no, si mantener la punzante sonoridad del poemario es trabajo y oficio evidente. Y valga un comentario: Ave no chão es poemario deudor de Sarduy, Puig, Perlongher, pero supera esa etiqueta fácil del neobarroco, o neobarroso, como dicen un montón de poetas finolis.

III. Vuelo alto.

En Ave no chão, la hablante imposta una voz al mismo tiempo desgarrada y alegre, amorosa y doliente, ligera y pesada. Es singular el poemario, pasa de textos donde evoca bailes y fiestas, a otros donde señala: “también se escribe en momentos de desamor / la pura escritura el puro desamor…” (“115”, “el puro desamor”). Obviamente, el trazo cambiante de los textos forman un solo tramado, pero no deja de llamar la atención esta accidentada voz, que se mueve en frecuencias diversas y fracturadas. Es como si la autora quisiese dejar en evidencia no sólo la ligereza de las músicas que adornan su pieza, sino también de la fragilidad de las palabras que construyen sus poemas: un habla descentrada, un ritmo no sincopado sino delirante y diacrónico, que va de un lado a otro. Poemas pizpiretas diría Nicanor Parra, es decir, poemas movedizos, díscolos, traviesos incluso en su ocasional amargura.

Esta condición movediza del poemario es, en mi opinión, mayor que la que puede quedar más rápidamente en evidencia: la de un libro de desamor y despegue, de recuerdos, llantos y alegrías nuevas. Ave no chão es (¿se puede decir que un poemario es esto o lo otro?: no creo) ante todo una edificación verbal y musical que traga todo significante. La fuerza centrífuga del ritmo traga un contenido que, por supuesto, también emerge, y por ello podemos señalar que se trata de un libro que va sobre el amor, el desamor y lo demás, todo ese demás que los enamorados saben de memoria, o aprenden de improviso. Ya lo dijo un cubano: “Lo mas terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida”. Y no se diga más sobre los amantes, que para eso están la vida, las camas, los bares, y no las reseñas.

IV. Vuelo en picada y aterrizaje forzoso.

Las aves en tierra se mueven más lentas que en el cielo -es obvio-, pero acaso Ave no chão hay una rara habilidad para la velocidad incluso cuando los textos se tornan más discursivos, o declarativos, como en titulado “en el cine”: “somos de este mundo en manos de la imagen / en manos de algo transparente que aparenta ser nuestro / nuestro rostro el mundo de nuestro rostro y pese a todo / todo es rostro (benjamin)”. Si el albatros de Baudelaire era torpe en la cubierta del barco, los pájaros en el suelo de Pamela Romano (¿sus poemas?) mantienen la ligereza aún cuando podrían ser como un ladrillo lanzado al piso de vidrio en un recital de jazz. Ello, creo, es su principal mérito: se mueven siempre en el aire, en la música que anda dando vueltas, en una velocidad rítmica que podría ser fatal, como les sucede a los colibríes, que si no están volando en busca de néctar, morirían en menos de una hora: el vuelo es la razón de su existir, como en Ave no chão.

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