Gabriel Chávez Casazola (1972) Poeta, ensayista, gestor cultural y periodista boliviano. Sus libros de poesía han sido publicados en 13 países y está traducido a 10 idiomas. Entre sus obras se encuentran: El agua iluminada (2010), La mañana se llenará de jardineros (2013), Multiplicación del sol (2017) y varias antologías de su poesía, como Il canto dei cortili (Italia, 2018), La vitesse des fantômes (Francia, 2018) y Cámara de Niebla, con cinco ediciones en distintos países. Entre otros premios, recibió la Medalla al Mérito Cultural de Bolivia. Es docente del programa de Escritura Creativa de la UPSA y dirige el taller de poesía “Llamarada verde”. Su más reciente antología digital puede descargarse libremente AQUÍ
Gabriel Chávez Casazola
Con la intención de conocer cómo experimenta cada autor/a el cierre del poema, proponemos estas cinco preguntas tipo, mediante las cuales esperamos encontrar similitudes y particularidades entre las respuestas de cada uno/a de nuestros/as invitados/as.
¿Cómo enfrentas la escritura del poema? ¿En qué punto consideras un texto próximo a su cierre?
Creo, con Borges, que la noción de texto definitivo pertenece “a la religión o al cansancio”. Un poema nunca está cerrado del todo mientras encuentre lectores, pues aun si el autor ya no interviene más en su escritura, cada receptor lo abre, con su lectura, a nuevas significaciones.
Además, creo que el autor puede (y a veces debe) seguir trabajando sus poemas, aunque ya se encuentren publicados; lo ideal es no hacerlo, y para eso entregar poemas bien acabados a la imprenta, pero el texto, al fin y al cabo, no es una silla o una mesa de madera. Es lenguaje vivo.
En mi caso, hay poemas –pocos– que nacen como si hubieran sido dictados, como si al escribirlos (¿transcribirlos?) hiciera un download de alguna región de la mente. Y otros, los más, que nacen como un discreto relámpago: una idea, una línea, una imagen, algunas palabras, que luego, en el trabajo de escritura, se convertirán en poema.
Después, dejo durante un tiempo el poema que acabo de escribir para luego volver a él, releerlo, darle unas primeras revisiones, hacer correcciones, quién sabe si reabrirlo, y, una vez que creo que está suficientemente trabajado (lo que es una intuición que la experiencia afina), abandonarlo de nuevo, esta vez largamente, algunos años.
Elijo deliberadamente el verbo ‘abandonar’ pues coincido con quienes, como Valéry, han dicho que los textos no se concluyen sino que se abandonan. Y ese abandono tiene que ser como el de un destilado: en la oscuridad y el silencio, no de una barrica pero sí de una gaveta, de un remoto servidor de computadora, de una nube situada en vaya a saber qué país o en ningún lado.
¿Qué importancia juega la revisión/corrección en él? ¿Existe una lectura por parte de terceros?, y si la hay, ¿cómo dialogas con las sugerencias u observaciones recibidas?
Mucha. Ya decía Parra que el poema es 1% inspiración, 2% transpiración y el resto suerte. Bajémosle porcentaje a suerte y subámosle a transpiración. La poesía es locura inspirada, sí, y una manera de mirar y habitar el mundo, sí, pero también –y mucho- discreto oficio de palabras, artesanía del lenguaje.
Por eso, salvo en casos contados, los poemas deben ser trabajados y retrabajados una y otra vez. El desafío consiste en que no pierdan el relámpago inicial que los engendró y debe habitarlos siempre.
Cuando han transcurrido unos años, en mi caso suelen ser tres o cuatro, y comienza a pesarme la mochila de los poemas inéditos o me tientan con la idea de un libro nuevo, bajo a la bodega y abro las barricas, los archivos, y doy una nueva lectura y corrección a los textos, esta vez buscando ya familiaridades, correspondencias, entre ellos, para así formar un libro de poemas.
Dicho sea de paso: creo en el libro de poemas, es decir, en el libro de poesía que contiene poemas que pueden valerse y decirse por sí mismos, con independencia del todo en que estén insertos; escribo poemas que no sean como un fragmento de un todo mayor y que por sí mismos no puedan explicarse.
Respeto las opciones distintas, como la del libro que está formado por un solo poema fragmentado o la del poemario monotemático que gira en torno a un mismo asunto que ha motivado (y condicionado) la creación de los varios poemas que contiene. Sin embargo, apuesto por otra forma de hacer un libro de poesía, por las proximidades no demasiado evidentes entre un poema y otro, por los cordones de plata. Antes que unidad, prefiero, pues, la variedad concertada.
El libro de poemas me parece, además, una opción consistente en tiempos como estos en que se tiende a compartir la unidad –el single– antes que el todo –el álbum–, y en que los propios albúmes de autor de música desaparecen para dar lugar a las play lists, y cuando las redes sociales como herramienta de comunicación facilitan la transmisión de un poema o un puñado de poemas, pero no tanto de un libro total o totalizante. Aunque esta es, desde luego, una cuestión accidental que anoto de pasada, pues no es algo que haya determinado mi apuesta por el libro de poemas.
Volviendo a la pregunta: una vez que tengo un libro conformado, lo comparto con un puñado de lectores, no más de cinco, que considero valiosos, generalmente poetas pero no sólo, con preferencia de distintos países y sensibilidades, para pedirles su devolución de esta lectura previa a la publicación.
¿Consideras que el poema ve afectada su naturaleza cuando alguien sugiere modificaciones y el autor acepta estos cambios? ¿Pierde autoría?, ¿se colectiviza el poema? ¿O este proceso resulta, más bien, parte de una operación complementaria que no interviene significativamente el texto?
Depende de la circunstancia y las hay muy variadas. En un extremo, conozco casos de editoriales y editores (o agentes literarios) que intervienen demasiado los textos de los autores como condición para la publicación, hasta el punto en que se desdibuja la originalidad de la autoría. Sucede sobre todo en narrativa, pero también en poesía (no hablo de Bolivia sino de otros países). Naturalmente, el autor puede rechazar estas intervenciones, pero hay aquí un elemento coactivo que inhibe su libertad. Puede ser una práctica justificada por razones de calidad, pero suele haber de por medio razones de mercado, lo que es repudiable.
En otra esquina, los talleres literarios o las escuelas de escritura creativa son espacios donde hay una dimensión comunitaria pactada en ciertas fases del proceso creativo, como la revisión o corrección, que me parece aceptable (e incluso recomendable) sobre todo para escritores que están comenzando a recorrer el camino y que prefieren no hacerlo en soledad (aunque quienes eligen los talleres deberían tratar de mantener siempre intacta la soledad –y por tanto la originalidad- del momento de creación del poema propiamente dicho).
¿Qué es lo que el autor no ve en su propio poema?
Lo que algún lector o algunos lectores sí podrán o sabrán ver, para sorpresa del autor. Y, muy posiblemente, lo que la crítica le atribuirá, sea cierto o no.
Por último, a nivel nacional, ¿existen dinámicas de lectura crítica —previa publicación— entre el sello editorial y el/la poeta?
Sé que algunas editoriales nacionales tienen comités de lectura, pero me parece que actúan antes como un filtro que como una instancia crítica, aunque puedo estar equivocado.
Lo que sí puedo comentar con certeza es que varios autores, sean poetas o narradores, me han pedido en estos años que lea sus originales y lo he hecho con mucho gusto, comentándoles luego mis apreciaciones y, en su caso, recomendaciones, que en algunos casos han hecho suyas y en otros no, como debe ser, pues la libertad del creador hacia su texto debe ser total.
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