Santiago Vizcaíno Armijos (Quito, Ecuador, 1982) es Licenciado en Comunicación y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Cursó la Maestría en Estudios de la Cultura, Mención Literatura Hispanoamericana, en la Universidad Andina Simón Bolívar. Fue Becario de Fundación Carolina en la Universidad de Málaga, donde cursó un máster en Gestión del Patrimonio Literario. Es director del Centro de Publicaciones de la PUCE.
–Devastación en la tarde (2008)
-Decir el silencio (ensayo) (2008)
-En la penumbra(2010)
-Hábitat del camaleón (2015)
-Matar a mamá (cuentos) (2012)
-Complejo (novela) (2017)
-(Casa Tomada)(ensayo) (2018)
Torpe gacela la palabra muerte
A mi padre, Francisco Vizcaíno
Es espantoso tu silencio.
mar o viento alocados por la música desnuda.
si hubieras dicho: tomaré la noche / será polvo.
pero el mensaje decía: papá ha muerto, papá ha muerto.
fue el dolor violento del corte,
el rayo incrustado en el cráneo,
la pólvora cruel que explota en la memoria.
no dijiste: iré a palpar el aire, a jugar con el margen.
tu territorio ya no es mío / tu cuerpo es lava.
tengo ahora el frío de la sombra,
tengo ahora el temblor del día.
si hubieras dicho: tiéndeme la mano,
la mía estará sepulta.
sin embargo, te escucho,
tu risa es un avispero en el pecho.
dos cosas me significan:
la paz de tu rostro nunca imaginado
y el brillo de la estela de tu paso.
torpe gacela la palabra muerte.
turbia mirada la del abismo inesperado.
si hubieras dicho: me voy a poblar la arena, a regar el llanto.
¡tirita, imposible,
dios, tirita!,
no separes la voz padre de la voz hijo.
dadme tu espantoso silencio para hacerlo añicos.
Footnote para poema de la emoción
Las palabras arden
en el umbral
de tu boca[1]
[1] El poeta dice palabras donde debió decir fonemas o significantes, porque las palabras no son antes ni mientras sino después. Quizá balbuceo u orden impuesto, pero no palabras encerradas en la boca como moscas dibujadas en el aire. No palabras, no lengua anterior al otro. En la cadena del mensaje hay un origen torpe, atropellado por el sinsentido. Quien enuncia, lanza. Toda forma aceptada no es en él. ¿Qué es en él sino un espectro? Solo es palabra cuando es objeto, signo lingüístico. Por ahora no es nada, y sin embargo las palabras arden porque en la boca queman como el hielo seco. El que escribe no es un yo sino un tú que palpita. Todo lo que arde tiene que estar seco, aunque en la humedad de la boca la llaga del sentido duele. Las palabras arden dice el poeta y es solo una percepción exagerada, una hipérbole. Aunque nada arde sin una chispa. Cuando algo se enciende, el resplandor ilumina. En el umbral de tu boca las palabras se iluminan, debió haber dicho. Sin embargo, el poeta sujeta las palabras, las sustantiva, las dirige al umbral como se dirige a alguien hacia una puerta falsa. En ese lugar de tránsito ocurre una combustión. El que escribe ha puesto umbral en el segundo verso. Oh, gran revelación, quebrar el verso. Si todo poema es quiebre. Quiebre hacia el umbral de tu boca donde en verdad el acto sucede. Quién eres tú sino yo que retorna al origen. ¿Por qué tu boca no es mi boca que arde? O es la misma boca del poeta mirada a través de un espejo. El vocativo miente, hace de ti el lenguaje del aire que hierve.
[Castigo]
No, mamá, grité, y el agua se me introducía por la nariz
y no escuchaba si no el silencio moribundo de la ondas
sobrevolando lo inútil.
no, mamá, grité, y el cuerpo se helaba como una lengua cortada,
como una mano crispada, como el rictus del silencio,
como la cola de un perro, como una lagartija con miedo.
no, mamá, grité, y el pelo se ensanchaba sobre el agua y se esparcía
a través de la superficie,
y entonces tu mano empujaba hasta el fondo
y entonces todo se nublaba.
no, mamá, devuélveme el aire, la torpeza, el juego,
la posibilidad del llanto,
la virtud de la inocencia.
no, mamá, el tanque no, el agua no,
soy un niño de ocho años,
piensa, estamos solos,
soy un pez que sangra por la nariz,
soy un malcriado títere,
soy un trozo de carne triturada,
soy el tragaluz de tu desdicha.
aquí yazgo, mamá, esto no es un epitafio,
la luz bajo el agua no es una señal,
mis pies desnudos resbalan hasta la quietud,
no sé nadar,
no sé llorar sin respirar,
no sé pedir perdón
porque no tengo culpa
de haber nacido.
Yo era una máquina de hacer poemas
El sentido se pegaba,
embarraba la calle,
se volvía el pastoso mecanismo
que provoca la explosión.
Qué triste aburrimiento me ha cegado.
Yo era una máquina de hacer poemas.
La madrugada absorta estrujaba la luz.
El humo se torcía moribundo
como borracho caballo de mar.
Ahora
solo angustia sobre la línea
devorando el silencio.
Silencio – angustia / angustia – silencio.
Ya no la bilis que recorre el tráfago del cuerpo.
Ya no el dolor firme como un músculo.
Ya no el pulso de yegua excitada.
Ya no la sombra del dedo
que te señala tu culpa.
Ya no soy una máquina de hacer poemas.
Te olvidaste de mí,
doble sexo burlón,
odiosa raíz inerte,
vaso trizado por el ojo,
plástico sepulto en la arena,
cadáver vuelto vivo.
¡Oh extraño mundo sin evidencias!
¡Qué fábula la costumbre!
La muerte es más verosímil que la vida
A Danilo Armijos
(El velorio gasta las caras;
los ojos se nos está muriendo en lo alto como Jesús)
Jorge Luis Borges
Ya la muerte no tiene misterio, hermano.
Es una pobre cosa humana.
Cuando yo era un niño,
eras el hombre más grande que yo hubiera visto.
Ahora también.
¿Por qué decir pérdida donde hubo abundancia?
¿Por qué decir ayer estabas vivo y te habían salido canas en los ojos?
Ahora crucificamos a la vida como si se hubiese llevado el mar.
Este gran silencio tuyo es una pequeña palabra.
Estamos solos.
Estamos demasiados solos mientras vos acoges
esta pobre cosa humana.
El dolor nos mira a los ojos y es una tribu con sus lanzas.
Vos, hermano, descansas. Haces de esto una parodia,
una ceremonia demasiado límpida.
Por eso te quise.
Por eso te quisimos tanto.
Aunque morir y querer son dos palabras que forman una gran pregunta.
El que quiera lecciones que las busque en tu vida.
Ahora es tu estremecedor silencio.
Tu maravillosa ausencia que durará miles de años.
Cuando un hombre muere, todos se perfuma de angustia.
Hermano, nos dijimos tantas veces que nos queríamos.
Esa primera bicicleta,
esa confianza al conducir,
esa sangre liviana frente a la monstruosidad del mundo,
esa sonrisa taciturna llena de esperanza,
ese afán de claridad donde solo había nubes.
Te lo debo.
Te debo también la risa y esa manera tuya de decirme flaco.
Flaca la torpeza de la vida.
Flaco el lugar común como la ausencia.
Flaca la desdicha. Pero no tu ternura.
No tu generosa palabra siempre.
Bajo territorio de sombra, ¡qué mal nos has hecho!
Torpe necedad la nuestra de tener esperanza.
Ahora tu rostro es una foto clavada en el pecho.
Ahora tu voz es mi voz acalorada por el espanto.
Yo ya no tengo nada que decirte a ti sino al mundo.
A esta pobre cosa humana que no reconocemos.
Danilo, polvo de oro; no mercurio,
triste desolación tuya.
Te quiere todo un pueblo.
Si pudieras ver esto no lo creerías.
Tus tres nombres navegan entre la multitud.
Mi hijo también ha venido a conocerte. Tiene también algo de vos.
Todos tenemos algo de vos.
Ayer pasó un ave frente a nosotros.
Cruzó fugaz frente al parabrisas. Casi suicida.
Supe que eras vos.
Hermano, este es el infierno.
Tu dolor siempre fue nuestro.
¡Ah, esta soledad que es la de todos los hombres!
Ocúpate de la noche, de mi noche,
de la noche de todos nosotros como un viento soberano.
No hay nada más allá.
El mar de la carretera termina en este barranco.
Somos una pobre cosa humana que tú ya superaste.
Hermano, mi palabra miente cuando intenta abarcarte.
Mi palabra es la amargura.
Los días serán dos veces días
y las noches un signo que se abre.
¿Qué contestaremos?
Tu alma perdura cuando tu cuerpo es caos.
De un solo tajo
Olvidaste las llaves.
Olvidaste cerrar
silenciosamente
el cerrojo de tu corazón agotado.
Mucho ruido.
Demasiado ruido para partir.
Olvidaste dejar una nota de despedida,
todavía mojada por una última lágrima
como una gotera.
Todo el jardín está marchito.
Lucas, el perro, ha dormido también mordiendo
el pantalón que usabas para despertar.
Estaba molesto.
Se ha secado sus lágrima contra el césped.
Pero ya le ha pasado.
Olvidaste también el vino comprado para festejar
el triunfo de la noche.
Ya lo destapé.
Ya lo bebí.
Era muy dulce para mí.
El éxtasis de la soledad mina la habitación.
O sea que ya nadie te extraña.
Cuando yo regrese
A Valeria
Cuando yo regrese el amor se poblará de pequeños dioses
la maquinaria de la desolación aparcará temprano
vos reirás y tu corazón temblará desalmado de su sangre
estaré vivo otra vez
así dirá la gente
qué hombre dichoso con esa mujer dichosa
es lo que tendrá el volver
beberé de la salmuera de tu sexo
retozaremos con la dicha de los elefantes en el lodo
ocuparemos el espacio que ahora se nos niega
¿te acuerdas de aquella noche en que lloramos juntos?
merece la pena
verte otra vez solitaria imaginando al mismo hombre
que ahora escapa al mar que le devuelve su sombra
te miré desde niño con ansias locas de cruzar tu muro
vos eras torpe para el abandono de los cuerpos
yo te enseñé a mirarte a ti misma con desparpajo
vos me enseñaste la cruel alegría de tu nombre
y te fuiste a vivir con un poeta porque también supiste soñar
con parques abandonados y piscinas que se elevan
pero no tiene sentido decías
porque también buscabas la luz detrás de la mampara
no hay luz amor envidioso de la muchedumbre
todo es un tenue sigilo que te desnuda
merece la pena explicarte
que hay poetas íngrimos de angustia
que hay poetas pedófilos
borrachos
asesinos
ladrones
violadores de niñas con nalgas flácidas
que hay poetas suicidas y locos
pero no poetas normales
porque la normalidad está llena de seres raros
a mí me gusta el sitio del lugar común
la flama oscura que se abre el pecho frente a la música
me gustas vos desocupada de ti misma
me gusta traicionarte de vez en cuando con mujeres que no toco
subo al ático para gritarte
que estaremos solos el uno del otro hasta el final
sabiendo que es mentira
que solo merece la pena
ese diminuto instante en que regreso
trastocado tanto que me desconozco
4033
A Wladimir, Walter y Edwin,
mosqueteros del amor pagado
Bajo el techo el humo blanco envolvía las luces de colores.
No había rayo de luz que atravesara los cristales.
Todo eran volutas de sexo
y sudor como sangre
en los cuellos de los hombres.
Se hacía fila como en un mercado de reses robadas.
No era la noche sino el día de la resaca luminosa.
Dos obreros con pantalones sucios
se engolosinaban al mirar la transparencia
de las ropas femeninas.
La cerveza se entibiaba con el calor
y era una sopa espesa sobre la mesa
o bajando por la garganta.
Las chicas entraban y salían de sus cuartos
agitadas por la combustión del goce masculino.
El día como la ceniza se perdía en el piso.
En el centro del salón un cuerpo obeso empezó a menearse,
pero nadie quería esa espantosa soledad.
Los que estaban sentados en las mesas masticaban
la inerte velocidad de sus vidas.
Un chino triste fumaba con aire tibetano.
Se llamaba Bo Hu y no hablaba español.
Dos policías de servicio hacían fila en la cueva de la más tetona.
Y todo era simple y básico como orinar al aire libre.
En la espesura del humo las risas eran gritos.
Esta muchedumbre venía a contagiarse de la pequeña muerte.
Esta pequeña muerte venía a contagiarse de la muchedumbre.
O tal vez era la vida en su última implosión.
El olor del morbo se pegaba en la ropa
y el feliz suplicio de la bebida enfriaba nuestra sangre.
No había por qué huir.
El lugar era seguro como una cárcel.
Bicho malo
A Mariela Nogueira
Soy el bicho malo que cuece el hoyo bajo de tu vientre. soy la mano en la faltriquera de carne que explota. también me embriaga el sonido de tu falda cuando se pliega. soy el animal meditabundo sobre la cuerda floja con sus pies desnudos. ¿te acuerdas que bailabas soles sobre el asfalto de la ciudad mediterránea? ¿te acuerdas que nos acostamos en el catre inmundo del cielo de un cuarto piso como dos palomas de terciopelo? soy la tumba que palpa tu mano y seduce tus reglas. te digo: ven a dirigir conmigo la masa enloquecida de antiguos fantasmas. soy la flama que abrasa la concha viva en el asadero de tu juventud. bicho malo / bicho malo, afirma la boca que eras con su aliento de pez moribundo. y ya no quieres / ya no quieres al bicho malo que encarna la pérdida de tu infancia. al bicho malo que aprieta el labio de la niña pálida. soy el bicho negro atravesado por el ande. he ido hasta arriba de tus pies a contemplar la isla dichosa del son. bicho malo / bicho malo. iré otra vez a cubrir tu talle entre las rocas. iré siempre detrás de la sombra que derrama la lengua, porque soy el hermoso insecto del que huyes acomplejada del espasmo. soy el bicho malo que fuma tu cabeza, devana el amanecer y se esconde cobardemente entre sus patas. pronuncia bien: bicho malo / bi-choma-lo.
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