Ana Gorría | España

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Ana Gorría (Barcelona, 1979) es escritora y traductora. Su trabajo crítico está recogido en Transportes (reseñas 2007-2010) (Sevilla, Isla de Siltolá, 2014). Como traductora es responsable de distintas versiones de poesía en lengua catalana, gallega e inglesa y es editora del volumen Novas_17 poetas, antología consultada de poesía en gallego. Su obra está presente en numerosos recuentos de la poesía última: Panic Cure. Poetry from Spain for the 21th Century o Europoets. Sky under construction. Selected poems, traducida por Yvette Siegert, editorial Alice James Books.

  • Clepsidra (Córdoba, Plurabelle, 2004).
  • Araña, en colaboración con la pintora Pepa Cobo y el compositor Juan Gómez Espinosa (Almería, El gaviero ediciones, 2005).
  • De lo real y su contrario (Granada, Vitolas del Anaïs, 2007).
  • El presente desnudo (Santiago de Chile, Cuadro de tiza ediciones, 2011).
  • La soledad de las formas (Cantabria, Sol y sombra poesía, 2013).
  • De la supervivencia (Madrid, Libros de la marisma, 2018).
  • Nostalgia de la acción , dibujado por la videoartista Marta Azparren (Oviedo, Saltadera, 2016).
  • Caminar ( Logriño, ediciones 4 de agosto, 2017).
  • Ciclos en diálogo con la fotógrafa Mei Sao Gou (Valencia, Debacle ediciones, 2020). 
  • Andrea Aguirre (España)
  • Cristina Elena Pardo (Venezuela)
  • Beatriz Miralles (España)
  • Juan F Rivero (España)
  • Rodrigo G Marina (España)
  • Valeria Canelas (Bolivia)
  • Federico Ocaña (España)

 

 

Ana Gorría

 

 

La mano del pintor no retrata una escena de costumbres de guerra.
Ya no hay un fondo cómodo: la selva dibujada como un teatro infantil de marionetas.
La guerra como un juego en miniatura, ya no.
La mano del pintor ha recibido la bala del impacto de la mirada que ya no le interroga.
Frente a frente.
Hay vacío. Lo más parecido a la muerte del alma en un cuerpo que se sostiene en pie
ya de manera mecánica.
El ángulo del casco desarmado.
El cuerpo desarmado.
Los ojos para los que no hay horizonte en lo posible
porque no existe posibilidad.

 

 

El escorzo de la posibilidad.

Voy estirando uno a uno cada uno de los mimbres que me atraviesan.

Recordar es pasar por el corazón, me recuerda la historia del idioma mientras sigo pasando las páginas
de un orden imaginario que no me pertenece y que soy yo y yo es mentira y verdad al mismo tiempo.

La memoria es una condición del olvido.
El olvido lo es de la identidad.

El recuerdo se despliega ante el yo como un fantasma siempre
a punto de desaparecer:
la memoria.

El recuerdo no forja la verdad: el acontecimiento se pliega
y se despliega.

Por eso se dice que pasan las cosas por el corazón;
porque la ausencia como el dolor o el hambre no se pueden medir. La ausencia es el
negativo del deseo.

Miro porque me falta: esa falta  soy yo.

Yo
es al mismo tiempo una suma  y una resta.

Yo
nunca está en el lugar del tú pero siempre puede ser nosotras o nosotros.

Yo
está lejos de ella.

Yo
espera al tú.

En consecuencia, yo es
una entidad irrealizable.

La intimidad consiste en la fisura en la que bailan todas las personas.

Una suma y una resta, al mismo tiempo.

Se parece al vacío pero no es el vacío.

Es un raíl.
Un sendero.
Una vereda.
Un rumbo.
Una línea recta que se despliega hacia al infinito,

un cuerpo que es al mismo tiempo el abismo
y su límite.

El infinito es tú.

Tú, remite a la ausencia.

La memoria es una representación de pequeños instantes vaciados de continuo,
la disposición de un álbum de fotografías.

El gesto del fotógrafo es un asalto al caos,
por eso en muchas lenguas las fotos no se toman:
se disparan.

Organizan un hilo,
entre vacío y vacío,
que se despliega como una línea recta

que merodea parques, cunas, tardes.

 

 

En 1884,
tras desencadenarse una epidemia de cólera
que obligó a inaugurar el camposanto de la Almudena
se enterró al niño Pedro Regalado, con catorce años
de edad.

En su epitafio:

“Pedro Regalado Olmos y Ania
subió al cielo
el 13 de septiembre de 1884
a los catorce años de edad.

Sus padres, sus padrinos y su tío
le tributan este pequeño recuerdo”.
El mismo año,
tras negarse la iglesia a darle sepultura
por morir de manera no “cristiana”
en el que fuera conocido como
Cementerio de las epidemias”
la niña Maravilla Leal González
fue sepultada
-la leyenda aventura que se suicidó-
el nueve de septiembre de 1884,
“a los veinte años de edad”
sin que en la lápida haya constancia
alguna
de la fecha de su nacimiento.

Los epitafios,
los mausoleos de mármol
la humildad de las lápidas,
los nombres y las fechas,
las palabras:

El corazón de mi padre latió una vez
en un diminuto
periodo de la
historia.

Tu corazón, en el momento
en el que haces presente estas palabras, está latiendo.

Me pregunto por la sincronía entre sístole y diástole,
por su correspondencia,
por el sonido que podrían hacer al unísono todos los órganos en movimiento,
todos
nuestros órganos en movimiento,
también los de los muertos,

si el mundo se callara,
de forma abrupta,
de repente,

sería la humanidad como una gran tormenta de lluvia.
Como un estallido de truenos y relámpagos, todos
a la vez:

el estruendo,
el acorde

semejante

de todos los músculos que bombean la sangre en dos direcciones:
el golpe seco de
la sístole,

el golpe seco de
la diástole,

como si fuera una de las notas de “Ebarne dich, mein Gott” de La pasión según San Mateo
de  Johan Sebastian Bach,

o uno de los acordes del primer movimiento, langsam und schmattechtend, de Tristán e Isolda
de Richard Wagner,

al unísono:

algo que se pueda parecerse a la unanimidad.

Que se parezca a la unanimidad.

Un gran acorde.

Como cuando en ocasiones, al dormir con mis padres siendo una niña acercaba el oído hasta su pecho
para oír ese lento tic tac tic tac tic tac  ti que me confirmaba su cercanía en el pecho, en el lecho.

Como cuando cogía la mano de mi hermano Ramón al salir del colegio.

Como cuando jugaba en el patio con mis amigas y todas saltábamos a la comba y una y dos daban
vueltas y todas a la vez.

Como cuando la mano y el bolígrafo y el ojo en el papel son uno. Pero también son otra
persona.

 

 

Qin Shi Huang decidió no esperar a la eternidad solo.

Rey de Qin
abolió cualquier referencia a sí mismo más allá de su nombre, el autoconferido:
huang di: fusión de tres augustos y cinco emperadores
que varían en función de las crónicas y memorias
de sus antepasados combatientes.

Como los faraones, Qin Shi Huang fue también considerado un dios.

Pero creó un nombre propio para sí mismo y al crearse a través de su nombre
fue también dios supremo, el responsable de la creación del mundo,
líder de la genealogía que iba a gobernar durante diez mil generaciones
-siendo diez mil en chino eternidad y fortuna-
tal y como nos legó en sus crónicas
Sima Quian, el gran historiografo de  la China Antigua:

“A partir de hoy, decreto la abolición de la ley de nombres póstumos. Soy el primer Augusto Emperador. De hoy en adelante los venideros se contarán como segundo, tercero… y así hasta llegar al infinito, sin interrupción alguna”.

La construcción del mauseoleo de Qin Shi Huang
se dilató durante más de treinta y ocho años
a través de la vida de más de setecientos mil obreros
que hicieron de su cansancio y de su muerte una
contra el cansancio y contra la muerte
donde nunca hubo lugar para la esperanza
porque Qin Shi Huang creó su propio mundo,
lo resguardó,
dispuso a su alrededor más de 8000 figuras en alerta
cada uno distinto, cada rasgo
sellado por el artesano
que alcanzaría la inmortalidad junto a su obra de barro
con su nombre el secreto
ya sin memoria del alfarero sepultado vivo
como el rostro sin nombre y olvidado
de las hijas, las madres, las hermanas.
Las ocho mil figuras del Mausoleo del rey Qin
fueron dispuestas en posición de guerra para defender la inmortalidad
del emperador
aunque nunca llegaron a ser desafiadas
pues si bien la memoria del rey Qin fue preservada
por marcar y por señalar su descanso
la memoria de los ocho mil guerreros de terracota,
el nombre de los setecientos mil alfareros que dejaron su marca en su factura
desapareció,
no volvió a ser nombrada hasta que en 1974
un campesino
por casualidad halló al ejército de la eternidad:

en una de las naves,    seis mil soldados y carros de combate tirados por caballos,
210 arqueros, tres filas de lanceros y de carros,
la infantería ligera.

En otra de las naves,
se encuentra la formación de caballería protegida por arqueros,
arrodillados en el centro,
algo menor en número que la primera nave.

En la tercera,
se encuentra el Mando supremo de los tres ejércitos.

En la cuarta nave,
que de manera habitual se reservaba para los cuerpos de los sacrificados rituales,
solo el vacío,
porque un dios nunca reconoce la administración de su liturgia.

Descubiertos los guerreros de Xian, por casualidad, por los agricultores,
no hemos llegado a ver ni a constatar la existencia de la tumba de Qin Shi Huang.

Pero el Shiji nos relata:

“Los obreros construyeron en la tumba palacios a escala, pabellones y estancias oficiales y la llenaron de vasijas, piedras preciosas y otras rarezas. Los artesanos recibieron orden de instalar ballestas accionadas mecánicamente para disparar a cualquier intruso. Se reprodujeron las vías fluviales, los ríos Yangtsé y Amarillo, e incluso el gran océano y por ellos circulaba mercurio. En el techo se emplearon perlas brillantes para representar las constelaciones,  y en el suelo se plasmó la tierra con figuras de pájaros de oro y plata, y árboles grabados en jade. Las lámparas se colmaron con aceite de ballena para que ardieran hasta la eternidad”.

Un dios no muere nunca porque el mundo no se acaba con él.

Un dios no necesita aguardar la esperanza. .

Se mantiene
como se mantienen erguidos todavía y latentes los miles de guerreros de Xian.

El rey Qin era el señor de los elementos.

Vistió al pasado de futuro y así lo convirtió en un presente eterno:
como un alfabeto siempre dispuesto para ser leído.

Se amó a sí mismo,
quiso un elemento para gobernar. Y eligió el agua.

Quiso un color para gobernar. Y eligió el color negro
que corresponde al agua
para que las banderas y las ropas fueran del color del mundo.

Quiso un número para regir su mundo. Y eligió el seis.

Fue sanguinario y terrible
y levantó la Gran Muralla como una gran frontera.

No dejó testamento y las intrigas
acabaron con sus dos descendientes

Cuatro días después de hacerse público su fallecimiento
la dinastía Qin había desaparecido,
por un breve momento,
tan solo dos mil años,
esperando de nuevo la posibilidad de enfrentarse
de nuevo
a su enemigo.

 

 

Una de las cuatro leyendas
que quieren explicar el origen de la escritura china
atribuye la invención de sus caracteres
a Canjié,
ministro del emperador amarillo Huang Di
que, según la leyenda popular,
poseía cuatro ojos y
dedicado a observar el mundo natural
tuvo la idea
-a partir de la observación de huellas animales-
de crear grafías que se asociasen con objetos del mundo.

 

 

De la forma a la mano. De la mano a
la forma.

El vacío y la memoria.

El sonido.

El papel.

Ibn Jaldun destacó la nobleza de la caligrafía porque es la escritura lo que nos diferencia de los animales.
La escritura manual es una díficil geometría,
dejó dicho al-Tahwidi.

De la delicadeza del alma que sostiene el pincel surgen la letra y el dibujo.

El cálamo se mueve
de un lado al otro
del papel, del ánimo a la lengua.

El dibujo del árbol lleva al árbol
de la misma manera que
las letras que forman la palabra árbol
arrastran a la idea y la idea
arrastra al árbol.

El papel guarda el árbol mientras el árbol crece y
se marchita.

 

 

Soy, incluso también, esta ausencia en las fotografías y en la letra que, hecha materia, podría llegar a
parecerse a mí.   A ti.

La ausencia también es un lugar.

Un lugar que casi parece una placenta.

Desear, a veces, no es una consecuencia. Sino una causa.
O todo lo contrario.

En el fondo, el centro es solo un laberinto,    una espiral que se cierra sobre sí misma.

Yo no soy tú pero
podría llegar a serlo
en función del lado del laberinto en que nos
encontremos.

La muerte podría llegar a parecerse a una placenta.

No sé si yo estoy dentro o fuera del laberinto.
No sé si tú estás dentro o fuera del laberinto,

ahora,

si es que es ahora,
porque la memoria puede llegar a parecerse al sueño
y por eso no coincide exactamente con el instante.

También están fuera del tiempo,
se retroalimentan:
la memoria y el sueño,
el yo y el tú.

Tienen la misma espesura fantasmal que organiza la vida:
la alerta que anticipa la dicha o la catástrofe,
su rapidez,
la onda expansiva de la barrena a través de la que avanzamos un poco más hondo,
un poco más profundo,
en el futuro
si es que
acaso es posible avanzar en el futuro. “Alguien
en el futuro nos recordará”, dijo Safo en
la bruma de los días
y sus palabras vuelven a repetirse
en la bruma de la página
y equiparamos, en consecuencia, el deseo
con la memoria
porque ambos engendran el fantasma,
que nace de esta
lenta ahora,
secuencia de letras en hilera

de forma parecida a como en la antigüedad dicen que nació la diosa mexica del amor de
los cabellos de su madre,

de forma parecida a como en la antigüedad dicen que nació la diosa hindú del amor de la mente del
dios creador,

de forma parecida a como en la antigüedad dicen que nació la diosa romana del amor de la espuma del
mar.

La memoria y el sueño son el fantasma,el desvío
de la atención encarnado en un cuerpo
que no está
y que podría no haber sido nunca y
que se desliza entre las sombras que golpean las páginas y los edificios
y cristaliza como si fuera un fósil
que halláramos en lo más hondo de la húmeda intimidad
de la tierra.

 

 

Es parecido a oler una flor.

¿Nos preocupa la flor?

¿O nos preocupa el trazo que imprime su marca dentro de los pulmones?

Para las abejas  el olor no es más que una cuestión de atracción.
La atracción se reduce al deseo.
Si es que el deseo puede reducirse

¿El deseo es movimiento o es una dirección?

Una fotografía también se parece al deseo.

Deseo de qué.

 

 

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