Víctor Quezada | Chile

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BiografíaPublicacionesAutores Recomendados

Antofagasta, Chile, 1983. Escritor. Uno de los fundadores del blog de crítica La calle Passy 061 (www.lacallepassy061.blogspot.com) y del sitio dedicado a la recepción de la poesía chilena en periódicos de publicación nacional [sic] Poesía chilena del siglo XX (www.sicpoesiachilena.cl).

Poesía
-Veinte (La calle Passy 061 Ediciones, 2004)
-Muerte en Niza (Marea Baja Ediciones, 2010)
-Yoko (Libros del perro negro, 2013)

Relato
-bulto (Libros del Perro Negro, 2016)

Ensayos
-Contra el origen (Marginalia Editores, 2016)
 
Narraciones
-Compost (2013- ) disponible en www.compostlibro.org.

Amaranta Caballero (México)
Christian Kent (Paraguay)
Francisco Ide (Chile)
Natalia Figueroa (Chile)
Claudia Pardo Garvizu (Bolivia)

 

Víctor Quezada

 

 

De: Bulto (2016)

 
Martín Adán, en sus últimos poemas, escribe la palabra pene. La leo y lo imagino anciano escribiendo la palabra pene y me parece extraño que escriba pene en vez de pito, pincho o pinga, pija o pico. Lo imagino escribiendo pene, así como con una nostalgia esencial a los hombres, recordando un pasado aristocrático inventado por la crítica y el periodismo, un pasado de locura inventado por la crítica y el periodismo, un presente de amor a los hombres jóvenes. Thays, el narrador peruano, cuenta esos rumores que dicen haberlo encontrado en los acantilados de Barranco, sentado en las plazas de Miraflores frente al Pacífico, admirando el trasero de los adolescentes, halagándolos o rogándoles atención. Thays alega que esos rumores son invenciones de la crítica y el periodismo, lo defiende como un caballero el honor de su doncella. Yo imagino a Martín Adán escribiendo la palabra pene mientras mira a los bellos zambos jugando fútbol en un acantilado de Barranco, imagino a Martín Adán amando a un hombre joven y escribiendo la palabra pene mientras recuerda su pasado aristocrático, su pasado de locura y me parece hermoso que ame a un hombre joven y haya amado a algunas mujeres. Yo imagino a Martín Adán escribiendo la palabra pene como una forma de suplir su ausencia.
 
 
 
 

De: Yoko (2013)

Reverente tú en mi presencia

Me gustaría escribir: un rayo tibio penetra la ventana. Y es aquí cuando despierto, perpetro una presencia.
Lo cierto es que un rayo definido penetra la ventana y aquel rayo no es el comienzo, el primer esfuerzo por verme, sobrepasado de luz, en otro cuerpo. La historia hubiese querido ser así, suceder en lo otro. De haber nacido yo diferentes tiempos, estas líneas serían fácilmente la declaración de los derechos del hombre, el discurso inaugural del Louvre, tal vez el primer manifiesto surrealista.
Sin embargo hay otra falsedad, otro malentendido: esta historia no debería tratar de mí. Así debo anularme, desaparecer hasta perderme, sobrevivirme en cada cosa, en la disposición que la costumbre le facilita a la memoria, que la memoria a la ficción facilita, e imaginar los vacíos.
Pues el rayo, el rayo condujo a la pared, sobre la pared estaba el dibujo de Yoko, su retrato que tracé para no olvidarla: si la dibujo, pensé, tendría que convertirla en imagen, llenar sus vacíos, los vacíos de las cosas, de la costumbre. A fin de cuentas, los vacíos de la visión. Y ese dibujo me llevó al cuerpo vivo y verde de mi planta, su rebosante sanidad en nada parecida al amor que le profeso. Y la luz alcanzaba a penetrar sus hojas: el haz claro, cuando más claro el envés, siempre.

Me hubiese gustado escribir esto pero es inaceptable.

 

El cuerpo inútil

Y en verdad no hemos dejado de movernos, de adentrarnos en el desierto.
Con el cuerpo a cuestas, el cuerpo que es un surco y luego polvo y solo ruido, y a pesar del roce, a pesar de su insistencia en desprenderse, este cuerpo que arrastramos nos seguirá la noche entera.
¿Qué frutos, qué árbol, en qué cuerpo inútil romperá este cuerpo que es un surco?

 

Back in the day

Y el resplandor de la noche era una bomba contra los cerros, un montón de piedras, la felicidad de los amigos. Y el Marón americano, all city writer, me dice:

      El más bello entre sus hermanos
      Garoto Nerval pastor de nubes
      O Pablo
      (Aterrado y hermoso sobre el techo de la casa)
      Ese será tu nombre de batalla.
      Es música de fiesta la que escuchas
      Y este desierto hecho de esquirlas
      De huesos quebrados, de casas quebradas
      Nuestro propio laberinto.
      Estamos bien
      A pesar de tanta pérdida estamos bien
      Ya puedes seguir tu camino.

 

Y el Marón americano se las arregla para estropear esta melancolía

      Cuatro estrellas
      En tu más oscura noche, amigo
      Forman una cruz
      Una incógnita o un poliedro
      Un plano un mapa
      Pero en ningún caso
      Cuatro estrellas a infinita distancia una de otra:
      El sol gira alrededor de la tierra
      La tierra es un cilindro plano y circular
      Se destruye toda una cultura para asegurar la democracia de los pueblos.
      Para ti, amigo
      Quo pulchrior alter non fuit Aeneadum
      Cuatro estrellas crucifican la noche.

 
 
 
 

De: Diario abierto (en proceso)
Disponible en: http://www.compostlibro.org/2016/06/diario-abierto.html

 

51

El relato del monstruo está enmarcado por el relato de Víctor Frankenstein («I beheld the wretch –the miserable monster whom I had created»), es Víctor el que habla por el monstruo, creeríamos. Pero el relato de Frankenstein, a su vez, está enmarcado por el relato de Robert Walton («Our affectionate brother»), quien transcribe las palabras de Frankenstein una vez que el mundo se ha acabado para él y la vida es una pura venganza. Lo más interesante de esta espesura de voces es, sin embargo, el lector a quien está dirigida: Robert escribe una larga carta a su hermana Margaret. Recordar esto, en medio de las voces de todos esos hombres, es quizás el gesto más significativo de la novela, como lectores, asumimos el lugar de una mujer.
 

168

Soñé que entrabas a la pieza donde he estado escribiendo por días, borradores del poema de mi vida, el suelo está lleno de hojas rasgadas, poemas sobre mí mismo que dificultan tu paso.
 

226

Una libreta en el velador para cuando despierto, agobiado por el fantasma que ronda el sueño; un cuaderno sobre la mesa ratona para los fines de semana en los que me complazco de mi sola presencia dulce; otras libretas y cuadernos escondidos en los cajones a lo largo y ancho de la casa; listas de recetas que me asaltan encima de la mesada, mientras practico la gastronomía del alma y del cuerpo (para sanar desde dentro, para estirar las raíces); anotaciones sobre la consistencia de las verduras y el fulgor de la fruta; papeles tirados en pasillos de supermercados y farmacias en los que leo mi suerte; la blanca paloma de la hoja rasgada, el mural del cielo; también otras libretas y cuadernos que perdí en lugares a los que ya no soy bienvenido y está esta manta y el chaleco que tejo para protegerme del invierno, miniaturas del tapiz de Gerona en los que anoto la vida.
 

279

Vamos camino al cine. Cruzo en rojo con cuidado de que no venga algún auto, me sigue sin preocupaciones. Al otro lado de la calle le pregunto por qué cruzó con luz roja si sabe que no debe. Luego, en cada esquina, aunque no se aproxime auto alguno, espera el verde. Yo sigo y me alejo y él corre para alcanzarme. Alega por mi injusticia. Yo le respondo que tiene que aprender a considerar las situaciones. No porque el semáforo esté en rojo significa que necesariamente debe esperar a que dé el verde, que si hay luz verde de todas formas debe mirar a ambos lados de la calle, que debe aprender a decidir por sí mismo… Responde con un orgullo nuevo: no quiero aprender, yo elijo la mayor ignorancia.
 
 
 
 
 
 

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