Cecilia de Marchi por Florencia Chiaretta

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BLANCONARRACIÓN DE OTRA MEMORIA EN «BLANCO»

En “Blanco”, de Cecilia De Marchi, publicado recientemente por Yerba Mala Cartonera, escritura y locura se mezclan en un flujo con forma de relato que nos introduce en los pliegues de una memoria fragmentada, enferma.

La enfermedad es el epicentro del desmoronamiento y blanco es el color, el vacío, la ausencia. Pero también es el tino, el acierto. Quizá una hermosa metáfora de la mente: se ponga como se ponga, siempre dará en su blanco, que es el único que importa.

Esa voz que cuenta está hecha de retazos; son los últimos esfuerzos de un cerebro que trabaja con recursos finales, con la reserva que es muestrario casi exangüe de una vida. ¿Qué es lo que queda? ¿Qué es lo que la mente elige y preserva? ¿A quiénes se confunde con quiénes? ¿Qué se intercambia? Las mismas preguntas valen para un estado normal de conciencia, o para los estados alterados, o para las transiciones que provocan el dolor, la muerte, el amor. Ese buceo que hace la autora al interior de otra cabeza (ajena pero al mismo tiempo familiar) abre la puerta a los grandes temas, que se disparan a partir de la reconstrucción de escenarios domésticos donde los sentidos se despliegan femeninamente en escenas de cocina, en el contacto con los alimentos, en las genealogías dominadas por mujeres (tías, madres, abuelas). Hay también el rescate de una herencia, un esfuerzo por sostener los cables que lo conectan todo: ¿qué es una personalidad ante el peso real e inalterable de una familia? Esa familia que está ahí recordando cómo se hacen las cosas que importan, las cosas que salvan. La autora sabe entrar y salir del círculo, y en ese poder que le confiere la intimidad con la otra que habla en su voz, construye su figura de guardiana que vela por lo ritual y establecido pero también va al rescate de lo más íntimo, de ese contrapunto que es el cuerpo actual, hachado, sometido al blanco hospitalario, a la asepsia que se empeña en maquillar la decadencia y las llagas.

Cuando se recuerdan los episodios traumáticos de la vida que pasó y se está apagando, la que habla dice: “Como si haber nacido no fuera suficiente condena”. El lamento y el dolor son constantes y se solapan con la vida doméstica, arman un todo indistinguible de pequeños placeres y tristezas grandes. Un pendular entre el inconveniente de haber nacido y la vida como un ciclo cuya última estación es la rememoración, el recuento. La memoria viene a ser esa gran rescatista de todo lo que importa, como en la Amarcord de Fellini, donde la memoria crea lo simbólico (¿o es al revés?) a partir de ese “yo me acuerdo”. 

Los recuerdos de ayer y los del ahora se mezclan y repiten, todo se enmaraña en la cabeza, y la conciencia es como un centinela a punto de perder pie. “Blanco” nos pone (vale decir suavemente, sin estridencias) de cara a la enfermedad total, y la disposición de los versos parece acompañar el ritmo de una mente que camina hacia el colapso: “…precisas y preciosas/ caen/ las gotas./ Llueve/ fuera de mi ventana/ y dentro de mi mente”.

Blanco” es un libro de memoria, bitácora de otra, experimento imposible de transferir experiencia. Pero es, por sobre todo lo demás, un intento conmovedor de sostener con palabras el derrumbe.


SELECCIÓN DE TEXTOS


Recuerdo haber amasado todas las mañanas una mezcla
de harina, huevos, levadura. Bajo el sol de la mañana, por varias horas,
con fuerza. Recuerdo llevar esta masa a la casa de la esquina. Era
la casa de la mujer que tenía el único horno del barrio.
Una chola redonda, con ojos desviados, muy amable. Cobraba poco y
nos dejaba poner las latas untadas con manteca, con las pequeñas bolas
que salían con ese aroma inconfundible de pan, de desayuno,
de familia.

No recuerdo la receta.

*

Sigo sintiendo algo extraño cuando recuerdo la fiesta
de mi matrimonio. Mi primer parto. Los primeros viajes, las primeras
pérdidas, los últimos banquetes, los primeros olvidos,
el rincón de las llaves, las flores del jardín, el olor del pan, todo, todo está presente
y desordenado. No siento el paso del tiempo, solo una acumulación,
como polvo sobre los muebles.

*

¿Sientes tú también este frío
que sale de mis huesos
y llena la habitación?

*

Ha llovido a cántaros desde ayer. Luego el cielo se despejó de golpe, al final de la tarde. Cuando apagaron todas las luces para dormir, por fin pude sentir lo que es estar en el cielo. El patio de cemento, con las aguas quietas de las charcas, reflejaba la noche estrellada.

Respiro lentamente, con grandes inhalaciones. Las estrellas tiemblan junto con mi pecho. 

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1 comentario

  1. Ricardo Daniel Piña

    Le recuerdo a Cecilia que ese libro tiene una tremenda ternura y en partes iguales, dolor.

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