Sobre Abandono de Jonathan Guillén por Juan Malebrán

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Sobre Abandono de Jonathan Guillén por Juan Malebrán

 

En el prólogo del libro Las puertas del regreso (Plural, 2017) el boliviano Eduardo Mitre cita una hermosa y acertada frase del francés Vladimir Jankélévitch que bien podría aproximarnos al tema que el iquiqueño Jonathan Guillén aborda en su reciente poemario Abandono (Navaja editores, 2017): «El mal del exilio es la nostalgia; el mal del retorno, la decepción».

Así, Abandono —libro compuesto por tres breves capítulos— traza un periplo en el que extrañamiento y desencanto se entrecruzan y confunden. El trayecto de una huida siempre inconclusa. El conflicto de quien pretende dejarlo todo y, sin embargo, adrede o no, trunca en el intento su propio propósito, la voluntad misma de su autoexilio.

«Una cartografía desdibujada» o el desarraigo como un desplazamiento, ya no iniciático ni luminoso, sino cargado por el recuerdo de roqueríos, amores, vicios y arenales.

Tal incomodidad pareciera provocar el equipaje del viajero en este caso. Tal dirección la ruta de su ventura. Una distancia irresuelta mediando entre el barrio y la extranjería de las pensiones. «Una fractura en la memoria». En el fondo, un mano a mano con la renuncia y con la ilusión cándida de sus revelaciones.

En el primero de los capítulos, titulado «Autoexilio», el autor nos deja entrever el tono sobre el que sostendrá el cuerpo total del poemario:

El puño va apretando el aire,
cierra violenta la puerta a la espalda.

La partida, en este caso, nada apacible, pareciera indicar cierto hartazgo frente a la pesadez cotidiana del lugar de origen y provocar en gran medida las razones del distanciamiento. «No se mueve en el rostro un músculo, / se cristaliza la lágrima y no cae».

En Extrañamiento del mundo (Pre-Textos, 2008) el filósofo alemán Peter Sloterdijk anuncia: «El hombre es lo ido, lo ido quiere decir que los sujetos, para empezar, no pueden ser otra cosa que desertores espontáneos de lo que no funciona». Sentencia analogable a los siguientes versos de Guillén:

Todo el goce, la risa, el nerviosismo.
Todo el amor tiembla ante la mentira.
Todos los secretos son susurrados, pero estamos sordos.
Todo huele a comida en el mercado.
La fritura se percibe a través de la costa del Pacífico.
Aquello que no se te revela no existe,
da asco y tienes qu
e dejarlo todo, dejarlo.

La idea del todo adquiere aquí la dimensión de lo subjetivo e incita a preguntarnos, ¿cuál es el beneficio de tamaña operación? El individuo comienza, entonces, un lento y silencioso camino en lo foráneo. En el reconocimiento de lo ajeno a lo que nunca terminará de ajustarse. Ni de otorgar un sentido que justifique el cruce del puesto migratorio. Un intento de reconstrucción en medio de una multitud desconocida. Advierte el autor:

Pero son una trampa las fronteras
cada una carga sus muertos,
de este lado también me pierdo
.

En el segundo capítulo —que da nombre al poemario—, lo abordado es lo que, si bien dejado atrás, permanece en la memoria. Una memoria que revisa y retoca el pasado en busca de situarse en el nuevo contexto. Y que en el proceso reflexiona sobre las acciones y los vínculos afectivos del pasado. «Progresivamente se van diluyendo las amistades» o «cada​ ​vez​ ​se​ ​está​ ​más​ ​solo / las​ ​mujeres​ ​palidecen». De igual modo, podríamos agregar que también se diluye todo aquello que se daba por sentado. Característica de la ampliación del mundo y del gramaje que difiere del de la antigua balanza.

El recuerdo comienza a mellar el ánimo. La añoranza de aquello que se sabe indeseado, pero que, sin embargo, por momentos, resulta ser lo único verdadero, se vuelve una constante. «El mal del exilio es la nostalgia» como mencionamos al comienzo. Y el autor nos lo deja claro:

Atrás quedó el furor que movieron los pies
disolviéndose en cada huella,
un caminar de barro,
pisar temblando y con la mirada asustada.

Recomenzar nuevamente desde la nada misma,
más atrás,
digo más atrás hasta las raíces.
Digo más atrás todavía.

En “Lejanía”, tercer y último capítulo, el autor nos aproxima al proceso de asimilación de su distancia y nos dice:

A fin de cuentas
no importa tanto la frontera que cruzas
cuando escapas de ti mismo
o de lo que fuiste para otros.

Ha comenzado la decantación, ciertas señales de desapego. Y aunque, si bien, no existe reconciliación alguna, podemos percibir un cambio en la intensidad. Señales que bien podrían remitirnos al agotamiento de la travesía.

En el sugerente y extenso poema titulado Vivir fuera en otro Pacífico que Jonathan decide para dar cierre a su propuesta, sabemos dónde nos encontramos gracias a la alusión oceánica, que marca la referencialidad en «Lejanía»:

No sirvo para morir en esta casa
dentro de estas paredes
aunque lo intente;
solo accedo a perderme
a ir y venir entre las habitaciones.

Se regresa y resuena como un eco sordo: «El mal del retorno, la decepción». Pero ¿se regresa adónde? Las coordenadas nos las entrega el propio autor, entendiendo que él mismo sospecha de aquel retorno y del extravío como tachadura de una misma moneda:


Perderse en el camino al salir de esta casa
ha sido perderse en las paredes de esta casa
con su blancura vertical
que baja desde el techo
como los caminos bajan desde el desierto hacia el mar
apuntando siempre hacia el Pacífico.


Guillén, entonces, nos propone un recorrido por el lado menos amistoso de la ruta. El menos entusiasta. Un ida y vuelta entregados a los designios de una brújula mal calibrada. Una fuga que se justifica en tanto experiencia, registro e intentos truncos con la palabra. Reiteraciones, si se quiere. Entendiendo que, en el fondo, tal como nos dice Bataille en La voluntad de lo imposible: «No hay nada en nosotros que no esté constantemente en juego, que no esté en permanente abandono».

Presentación realizada en
“Matute 2, Poéticas Transfronterizas 2017”
Iquique, Chile

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