De una (primera) lectura de Algún lugar incierto de la poeta chilena Nadia Prado por Vilma Tapia Anaya

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De una (primera) lectura de Algún lugar incierto de la poeta chilena Nadia Prado

por Vilma Tapia Anaya*

Algún lugar incierto de Nadia Prado, el libro recién editado por Yerba Mala Cartonera, es una recomposición.  En una selección de poemas de otros libros, la autora reordena movimientos, profundidades, giros y nos ofrece una constelación toda nueva, impulsada por la potencia de autogestación infinita del poema. 

En Algún lugar incierto presenciamos algo así como un derramamiento de las aguas de la escritura, de la memoria, del pensamiento, del pronunciamiento: Agua origen, agua mar, agua nubes, cielo, jaramagos. Jaramagos, agua en medio de la nada. En medio de la nada agua savia y sangre. Sangre cuerpo, líquido amniótico, mano, voz. Aullido. Agua lluvia lloviendo, agua volviendo a suceder, repetitiva, oscura. Agua lágrimas, bosque acuoso. Picotazo en el agua. Agua el origen del curso de las aguas. Un gran lago son las palabras todas juntas.

La  poética de Nadia Prado tiene los ojos grandes que conocemos y un oído muy fino para la filosofía. El oído fino para la filosofía no significa necesariamente episteme, sino pregunta que abraza, y también sintonía, confluencia, resonancia, pues: “el curso de las aguas entra en la boca”. Así, en la gramática que nos constituye hallamos en sus poemas preguntas de fundamento, preguntas antiguas y preguntas repronunciadas: “Zarpar oscura y continua el agua, en el cielo afianzo el afán del viaje, mantengo en la monotonía del agua los sobresaltos. Es el ser o su intermedio que se dirige perdido.” 

En esta lectura de Algún lugar incierto encuentro que la pregunta por el ser se sostiene en su relación ineludible con el tiempo. En el título del libro publicado en 2010,  Un origen donde podría sostenerse el curso de las aguas, la palabra “origen” trae una sobresignificación inquietante, pues ¿interroga por el ser aparecido en el tiempo, el ser en un cuerpo, el ser en el mundo? ¿O pregunta por el enigma que es el alma? La palabra alma aparece coincidentemente en este mismo libro, el alma migrante, levedad que entiende el “pajarístico” de los hexagrammas del vértigo. “El alma, pensé… “ dice la poeta, y enseguida disemina un sinfín de preguntas, también en tono interpelante, precipitadas por el desasosiego inevitable en la experiencia del vivir. En los poemas de Copyright, dispuestos al final del libro, leemos: “Estaba congelada, con mi alma merodeando dentro de mi cuerpo. El cuerpo tenía palabras que el alma escuchaba, todavía las escucha. Algunas se las digo a ella misma o se las devuelvo”. Estas líneas resuenan para mí con otras que Walter Benjamin dilucidó al pensar el lenguaje y el lenguaje de los hombres: “el lenguaje es la entidad espiritual del ser humano”; “cuanto más existe y real es el espíritu, tanto más pronunciado y pronunciable será…”.

La poesía, esta poesía, se sostiene a flote en el curso de las aguas y es ella misma flujo, esencia y sustancia en tanto que palabra que cuida y palabra cuidada, pródiga en destellos de pensamiento y diálogo. El alma es palabras, el alma entiende el pajarístico: “El curso de las aguas entra en la boca. Se espanta la furia, las fauces del origen secuestran la lengua. La tierra se mueve, los pájaros llegan a sus nidos, a los oídos la pena, la tierra es inmóvil.”

Entre tanto, entre todo, llega a los oídos la pena, entonces, la pronunciación, cómo no, se torna denuncia/renuncia, pues “desde el primer respiro acechó algo que no pertenecía”. La interrogación por este arrojamiento desde inicio indescifrable, aunque recibido en toda la apertura de la que pueda ser capaz el ser, habla: “La pared blanca apenas sostiene el cielo”, “todo acaba siendo real sin razón”. ¿En qué imágenes quisiéramos huir?, dinos pronto, Nadia. Seguimos leyendo: “Perdón padre perdón madre / el autor de los hechos / el jardinero mató a su mujer / el hogar se asustó”. “En esta casa también se pierde todo, Juan Luis”, Juan Luis Martínez, Juan de Dios Martínez, tú que anotaste: “la transparencia no podrá observarse nunca a sí misma”. Pero entonces, desde aquí, no tan lejos, observamos una amorosa genealogía, herencia, repetición. La decisión de decir algo con alguien: a esta casa “también le entra tiempo y le sale espacio”, a “un ritmo acelerado que la red productiva como una serpiente venenosa inyecta”, denuncia la poeta. 

“[A]penas abro los ojos el mundo se me viene encima, corro para marcar las horas”,  Nadia Prado continúa interpelándonos: “’la relación originaria con los objetos’ nos tira a repetir la existencia acumulando chucherías y reales”… Acumulando chucherías y reales, cuando en las cosas -que venían para acompañar aquello que en lo que resta de la historia iremos comprendiendo-, debimos haber respetado antes que nada su dignidad, correspondiente a la potencia con que fueron nombradas:

revolotean
en la mañana azul
las gaviotas luego planean

Estas son palabras suplementarias de un poema de Jaramagos. La poeta las dice como un arrullo, como un canto suave que imagina para la madre ya muerta.

Algún lugar incierto es uno de los libros más bellos que he leído últimamente, sus aguas nos arrastran por una experiencia inesperada, dejándonos en lugares instalados como esas cuevas submarinas que recorreríamos solo alumbrados por otra luz.

 

 

 

*Vilma Tapia Anaya es poeta y escritora. Los últimos títulos de su obra publicada son Mi fuego tus dos manos (2012); Árbol, memoria y anunciación (2013); La hierba es un niño (2015) y Lentitud (2021). Poemas suyos han sido incluidos en antologías diversas y algunos de ellos fueron traducidos al alemán, francés, inglés, italiano, rumano, chino y al coreano. En prosa publicó Fábulas íntimas y otros atavíos (2011). En 2016 estuvo a cargo de la investigación y el estudio introductorio del libro Poesía completa de Roberto Echazú para la Biblioteca Nacional del Bicentenario. 

 

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