Sergio Pérez

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Sergio Pérez (Monterrey, México, 1986). Su obra poética ha sido premiada con el Concurso de Literatura Joven 2004; Certamen de Literatura Joven Universitaria 2009, Juegos Florales del Carnaval de La Paz 2016, IV Certamen Literario “Ana María Navales”, XXVI Premio Nacional de Poesía “Ydalio Huerta Escalante” 2016, XXIV Premio Nacional de Poesía Sonora 2016 “Bartolomé Delgado de León”, Premio Nacional de Poesía Carmen Alardín 2017, Concurso Palabras Migrantes y la Convocatoria Coediciones Tierra Adentro.

-Caja de Pandero (EDÉN, 2007).
-Mythosis (EDÉN, 2009).
-Los nombres del insomnio (Cuadernos de la Serpiente, 2016).
-Barcos anclados al viento (La Cosa Escrita, 2016).
-Cáncer (NadaEdiciones, 2016).
-Cortejo fúnebre (Proyecto Literal / Instituto Sonorense de Cultura, 2017).
-Party Animals (CONARTE, 2017).
-La heráldica del hambre (El Carruaje Ediciones / UANL, 2018).
-El museo de las máscaras (Fondo Editorial Tierra Adentro / CONARTE, 2018).

-Wendy Chen (EUA, 1992)
-Ocean Vuong (Vietnam, 1988)
-Natalia Litvinova (Bielorrusia, 1986)
-Raymond Antrobus (Inglaterra, 1985)
-Elena Medel (España, 1985)

 

Sergio Pérez

 

(del libro Cortejo fúnebre)

 

SOBRE LA TUMBA DE LEOPOLD BLOOM

 

I

Su nombre desprende huesos negros en mis ojos
para pronunciar la voz que anuncia una lluvia distinta.
No puedo bailar en esta sala de espera,
el purgatorio donde aún no arde ni el deseo.
Falta otro vacío para sustituir su ausencia,
distintos rostros suceden alrededor casi nulos,
sombras del cristal cortado en la ventana,
apenas el tiempo en que tardó en viajar la luz.
Desde algún lugar más lejos que su lado del teléfono
él ilumina mi rostro mientras la pantalla está encendida,
viene a mi cuerpo vuelto un muelle abandonado
en que los fantasmas hacen misas invisibles.
Me repito su nombre para perdonarme por el fuego
mientras cruzo los brazos entre humo de cigarro,
la postal perfecta en que se muestra en mí la furia.
La paciencia es un estanque más hondo que el mar
en donde las horas se hunden hasta el fondo
y forman círculos concéntricos de tiro al blanco,
lo miro llegar como una flecha que rompe mi reflejo,
ya no puedo besar mis labios porque miro los suyos.

 

II

Aquí los enfermos navegan en su propia sangre,
se les ahuecan los huesos para formar un flautín,
descargan sus elegías en una lengua no escrita
de la que no hay cantos ni códices grabados en piel.
Algunas veces regresan de los muertos
y cargan en la herida un recuerdo de la guerra,
cada cicatriz es una forma que adopta la luz.
Nosotros asentimos y nos ausentamos por horas,
colocamos esqueletos negros en nuestros ojos
para traducir su forma a la voz antes del eco,
es un árbol en lo más caliente de la primavera,
mordemos nuestras propias horas con remordimiento,
detrás de las venas aprendemos el tacto del hierro,
un veneno que se antoja la furia de sus labios.
Es un arca, un bestiario medieval encarnado,
los sonidos desde el quinto día de la creación,
suena su voz y salva de toda garra, todo colmillo,
me coloco su nombre en el tambor del latido
para invocar el único refugio en esta zona salvaje,
el cuenco de dos manos que extienden ya mi salvación.

 

III

Hay un tiempo para cada cosa bajo el sol
pero lo que pasa en la noche sucede sin años,
los focos amarillentos son consuelos fugaces
pero a mí se me ilumina el rostro por seguir el suyo,
bajo las escaleras mientras incrementa mi pulso,
algo se alimenta de música hasta llegar al silencio.
También esta es la primera vez, le digo al reloj,
la avenida se hace un campo minado sólo para dos,
una marcha fúnebre y nupcial hacia la noche,
los autos forman constelaciones blancas y rojas
pero me ocupa más la unión de todos sus lunares,
esos trazos tienen las formas de lo que me falta,
coloco mis ojos como anzuelo y carnada
para ver si llega su lengua nadando en pleamar.
Somos él y yo caminando en las calles de la infancia,
otros hombres tomaron de mi mano aquí antes
pero mi sangre no era nueva por aquel entonces,
ahora esta corriente rompe su furia en mis mejillas
para enrojecer más que semáforos siempre en alto,
ya no puedo detenerme cuando escapamos del frío.

 

(del libro Party Animals)

 

01:28 a.m.

Él extiende la lengua como un arma,
pero no habla.
Miro dibujarse las palabras en sus labios.
Si escuchara su voz en medio del silencio,
si bailáramos juntos en el desierto.
Huele a noche,
a sexo de grillos,
casi a chelo.
Me corona la luz del sol que la luna guarda.

01:33 a.m.

El alcohol expulsa el agua de nosotros.
“Voy a morir”,
me digo,
“voy a incendiarme”.
Un calor me entra a bocanadas.
Éste es humo:
el hongo y la flor que forma y deshace.
Veo cómo su voz y mi voz se desvanecen,
el vapor de la cerveza y el humo del cigarro
vuelan de mi boca a la suya.

01:48 a.m.

Sé que lo que corre por sus venas no es azul,
pero bebería de su boca lentamente
como el camello besa la arena durante el espejismo.
Lo miro mentir,
reclina su cadera sobre mí en una promesa de vida eterna.
Es un día así,
que es de noche,
su cuerpo le habla a mi cuerpo en un lenguaje de música.

01:59 a.m.

Él y yo sólo bailamos,
pero detrás de nuestros cuerpos,
escondidas de las luces,
su sombra y mi sombra hacen el amor.

 

(del libro El museo de las máscaras)

 

MÁSCARAS DE ESPEJO

 

I

No regresar del espejo un rostro entre la arena
si el tiempo no gasta más que un sueño;
es cierto que era alto como encino
y que en él los ojos se detienen
como si quisieran descansar del mundo.
Hay preguntas nuevas
sin que las respuestas sean necesarias.
Él me mira como un arma recién cargada;
voy dejando un rostro,
un rastro rojo en el viento
como listón en manos de una gimnasta rusa.
Ya no sé si una promesa volverá la muerte,
si su abandono romperá los truenos.
Siento miedo del color de nuestra sangre
y de este olor a insomnio que ahora sube hasta la cama.

 

II

Casi enamorarme de un fractal
o una voz ardiendo en la mirada,
cada flor, un juramento pisoteado
para que las zonas de fantasmas no devoren.
¿Y cómo perderé la memoria frente al espejo?
¿Me ahogaré en un silencio más rotundo?
La sábana tejida con sombras,
ninguna cosa vieja para amarrarme al tren.
Es hora de romperse y no hay relojes,
se van mis ojos negros en su voz,
pero despertar es un proceso distinto,
casi beso que amenaza desplomarse entre la niebla,
la huida de un amante que no sabe que es fugaz.

III

La noche ha hecho tabiques destrozados,
una casa de aire ralo entre la maleza;
para todo lo demás están sus ojos
puestos en el cielo previamente iluminado
desde donde las figuras bailan como sombras.
Las estrellas ponen su mirada entre ellas,
pero no pueden mirarnos desde arriba,
trazamos sus pestañas de luz bien abiertas
e incluso cerradas como un corazón con edema,
encontramos formas a líneas que no existen;
formo una constelación con su abandono.
Pero si hubiera un mar en él, ahora,
y yo fuera la arena destilando su tristeza,
me vaciaría lo suficiente para que ambos soñáramos;
su desilusión fugaz sería como una abeja,
me abriría cada madrugada para él,
giraría uniéndonos,
tiraría la sal de la marea.
Regresamos a cada jaula luego del autocinema,
volvemos a una vida muy distinta a la pantalla,
éste es el mejor mundo posible, dice,
con el blanco y negro,
todo mudo de su risa,
donde cada arma es menos fuerte que un aroma,
su piel serena me quebranta justo antes que despunte el alba.
Amanezco a solas desde que él se fue de aquel espejo.

 

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