Sobre «Simulacro de Mudanza» de Anuar Elías, por Juan Malebrán

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Anotaciones sobre «Simulacro de mudanza» de Anuar Elías, por Juan Malebrán
 
 
 
¿Cómo se simula una mudanza?
¿Ante quién?

Y si la idea de simulacro nos hace pensar en lo aparente, lo ilusorio, la imitación y, a la vez, en una suma de acciones destinadas a anticipar la catástrofe, entonces, ¿en qué pensamos cuando aparece la noción de cambio (muda) pero vista únicamente como mera posibilidad? O mejor dicho, ¿por qué un simulacro de mudanza y no la mudanza misma?
Así, la entrada a este libro genera una tensión similar a la calma que subyace bajo un riesgo inminente. Un montaje próximo a las instrucciones coreográficas que anteceden al vuelo. O a las evacuaciones preventivas cuando la fuerza de natura representa una amenaza. Es decir, cercano a la sensación de estar ante una serie de maniobras que se ensayan con la esperanza de que el desfase entre lo real y lo supuesto sea el menor posible.
Por lo tanto, un simulacro de mudanza para figurarse a salvo, pero ¿ante quién? Especulemos: ¿ante el tedio que se esconde en la experiencia del hogar? ¿De la compañía? ¿De la soledad? ¿De la familia? ¿De la rutina de la compañía en soledad?

Elías (México, 1983) en el primer verso —que es también el que da inicio a los tres capítulos que componen el libro— parece aproximarnos: “Cada tanto ejecutamos el ritual”. ¿Cuál ritual? “El de mudarnos a la misma casa” en favor de una ceremonia que pareciera estar destinada a propiciar “la extraña danza de la renovación”.
De esta manera, lo cotidiano —y particularmente lo doméstico— será el soporte que el autor decidirá para ahondar en el tedio. Centrando su escritura en el desgaste ineludible del hogar. De una variante de hogar. Y de una repetición sistemática que exige trucos diseñados contra el hastío. Un hastío que a diario se verá reflejado en “los pasillos blancos del supermercado”, en “un juego de cuchillos en rebaja” o en “la novedad de un espejismo alterando el orden de la norma”. Actos traducidos, luego, como “costumbres que sin duda representan un pequeño triunfo sobre cualquier ideal de convivencia”.
En tal caso, la mudanza pareciera pensarse ante la idea del pacto y se simula mediante una voz que a ratos pareciera mantener un diálogo a modo de soliloquio, tratando de hablar, leemos: “A solas como una manera de provocación”.
Desde ahí, Elías se permite la insistencia (la resistencia) y continúa: “Cambiar la combinación de la chapa era el único modo de renovar nuestros votos”, “olvidar las fechas importantes”, “renovar la loza venida a menos por el uso” o “vivir acompañado a modo de salvarse”. Como si en este último verso existiese una tentativa velada de autoconvencimiento.
Pero, en otras ocasiones, es el propio autor quien gira sobre sí mismo y se abre a una pluralidad que impide abandonar los límites definidos desde un comienzo. Lo que viene a evidenciar el manifiesto cuidado que mantiene a lo largo de todo el poemario para, a través de la contención, calcular el gramaje del que se vale. Tal vez, por lo mismo, nos diga: ”Nosotros que dominamos bien el arte de la apariencia”. Como queriendo recordar que —confesión aparte— no hemos dejado de estar en los terrenos del artificio o de la escritura, si se prefiere.
Sin embargo —volviendo a especular—, ¿y si esta voz que pareciera estar hablando desde una temporalidad poco definida se estuviese refiriendo a una mudanza ya ocurrida y no a una por ocurrir? ¿No será, acaso, que es en el presente donde se construye el vínculo que se finge? ¿Será eso a lo que apunta Anuar en el siguiente verso: “Descartar por completo la idea de familia, en la apuesta que se cierra al momento de mudarse bajo el mismo techo por primera vez”?
¿No es aquí, por lo tanto, donde comienza realmente el simulacro?
De todos modos, esta tensión previa se traslada, luego, casi totalmente al recuerdo, cito: “Bajo la mesa de noche, buscaré a tientas el interruptor que nos lleva de vuelta a nuestra primera mudanza” o “no hubo cortinas que pusieran a prueba nuestro comportamiento”. Y tal como en el prólogo del comienzo, asoma nuevamente la figura del acero inoxidable como alusión directa al amor. Porque, en el fondo, este simulacro lo que pretende es una mudanza dentro de los márgenes de lo afectivo. En torno al orden de los muebles, ¿pero qué muebles? Los que constituyen esta casa. Estos textos. Cito, nuevamente: “En un principio nos costaba distinguir el acero falso del inoxidable. Creíamos ver nuestro destino en los electrodomésticos que deforman el reflejo”.
¿Cuál reflejo?
Anuar, de esta manera, construye un primer libro valiéndose del hogar como excusa para hablarnos del hartazgo y el disimulo. De la extrañeza de nuestros comportamientos afectivos. Y, sobre todo, de los pequeños rituales que configuramos para mantenernos a salvo en la costumbre. “Como las cosas que ahora llenan el vacío de nuestro depósito”, y que continuarán ahí, incluso, después de que “el olor de nuestros cuerpos comience a llamar la atención de los vecinos”.
Volvamos —antes de terminar con el texto que también cierra el poemario — a la pregunta incial ¿por qué un simulacro de mudanza y no la mudanza misma?
Quizás porque, cito, “solo entonces creció el temor de estar juntos para siempre”.


 
 
 

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