Ethel Barja por Miguel Bacho

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UN RITO: LA TIERRA
Sobre Gravitaciones, de Ethel Barja
por Miguel Bacho

Hay quienes -como Gonzalo Rojas- se acercan al mundo de una manera total: abiertos de par en par como la mampara que esconde el jardín o contiene la oscuridad de un cuarto, se mueven como la luz sobre las flores. Su palabra revela, antes que pregunta, concilia, antes que escinde. Y están quienes, entre otros, entran en esa rotundidad con que el mundo poético se manifiesta, refiriendo un relato de la experiencia, antes que nombrar aquello que acontece. Entendiendo esto, a través de una suma ritual y conectada con la tierra que la sostiene, Ethel Barja (Concepción, Perú) extiende sus Gravitaciones (Paracaídas, 2013) proponiendo una visión de los espacios vitales al borde de lo religioso, o más bien atravesándolo hasta conectarse con su “origen”, acaso su fundamento: la misma tierra que pisamos, vivimos, morimos y ensangrentamos.

El paisaje constituye un de los fundamentos del libro. La Poeta, a lo largo de las distintas escenas que aparecen en el libro, es testigo o instrumento: “y la realidad se hace carne/ rítmico crepitar del suelo/ anuncia la danza incomprensible (p. 9)” , anota en Gea, cuyo objeto es el relato de un ritual como los que acontecen en algunos lugares de Los Andes y en los cuales se entregan ofrendas -y la propia voluntad- a la tierra en virtud de la fecundidad y protección. A partir de estas imágenes, la autora también ofrece una descripción de las gravitaciones, zonas de contacto en las que la lengua (en su dimensión poética), decanta a sus portadores, ya sea por sus sentimientos o acciones, ya sea por su juego de entendimiento, casi siempre a tientas: “la gravedad en medio del pecho/es más que esta mano tullida” (p. 35).
Poema -acaso- angular para entrar al conjunto del libro (conjunto de ánimo orgánico más que estético o abstracto) es Destilación (P.31), escrito en términos de Arte Poética: “la cadencia en su oído no se proyecta/ porque no resuena sino pesa”, parte el poema, planteando algunas cuestiones estilísticas que caben más en el orden del testimonio, vistiendo al conjunto -consolidándolo, en el fondo- de un carácter horizontal, justamente, gravitatorio. La gravitación, en suma, es una manera de llegar al planeta, antes que al mundo, y ser, a partir de ahí, el poema germinando como el árbol o la montaña: “ocupar la tierra es desocuparla (…) asentarse es agitar el arco firme y la fractura/es abrir los surcos en las avenidas/ demoler los muros uno a uno/ retorcerse como las capas de la tierra/ sostener el arriba henchido como el cauce de los rios/ abrirlo palmo a palmo y hacerlo girar_” (p. 41).

Cualidad que funciona, además, como hilo conductor y elemento significativo, es la ausencia de puntuación y mayúsculas. El poemario completo es una suma de versos interdependientes que, como poema o en su carácter individual, no anulan a los otros, ampliando el juego hasta los límites de la propia imaginación. Cada verso atiende al concepto central sin dejar de ser, en sí mismo, un elemento autónomo, y asimismo los poemas, episodios capaces de mimetizarse con varios contextos o -probablemente- diversas propuestas, sin ir en desmedro alguno de la que aquí se presenta.

Atendiendo a su título, Ethel Barja ofrece un camino a la tierra que, sin constituir un retorno, sí invita a reconstituir nuestro propio ritual de contacto. Sus versos, lejos de la lógica Huidobresca, no abren puertas, las derriban, o bien las abandonan. Esta palabra no es arquitectónica. No levanta su rito demiúrgicamente, sino que desciende hasta un punto original, si que ello signifique una deconstrucción: esta palabra interactúa, se posiciona en relación al todo, sin ánimo paradigmático. Antes, es un trabajo de artesanía fraguado en silencio, en comunión con aquello de lo que viene y que sostiene tanto a su autora como la palabra que esgrime: esta es poesía de alcance natural, planetario.

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