Francisco Ide por Pablo César Espinoza

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tapa yakuzaYAKUZA O LA DIVERGENCIA DEL TELÉPATA

Desde consolas de videojuegos, pasando por mangas y el boom cinematográfico asiático, los yakuzas han marcado el estigma de la violencia, venganza y el poderío de las más grandes familias de mafiosos Asiáticos. Una primera lectura del poemario “Yakuza” de Francisco Ide Wolleter (Editorial Cinosargo-Chile 2014 y Yerba Mala Cartonera-Bolivia 2015) nos sumerge en esta atmosfera junto a diferentes intertextualidades, teniendo como protagonista el auto-descubrimiento en el otro en un amorío nostálgico, irreparable y deteriorado que establece el personaje principal (la voz) del poemario a su amor, quien sí tiene nombre y apellido (Yasunara Satori).

“Bajo la sombra lila del jacarandá/contemplo la única foto tuya que conservo/ y te lanzo shurikens con la mirada// los lanzo levemente desviados/con la secreta esperanza de que sientas/el metal frio y afilado de una estrella/rozándote la frente.” “pienso que eres una bolsa de té/ con la que intento, en vano, teñir el mar”.

Yasunara, a medida que se va desarrollando el poemario, nos devela que termina siendo en realidad un entrenamiento para convertirse en un yakuza, así el personaje despierta y se identifica como un asesino.

“En la pantalla de tus ojos se ve el mar./Un cuerpo avanza entre las olas, con naturalidad/como entre los pasillos de un supermercado; la Muerte/veloz entre las olas, llega a la orilla y va a mi encuentro. (…) En la pantalla de tus ojos la Muerte era más bella que tú./ Sí creí ver tu mirada un segundo/ entre el incienso de las fritangas/fue porque quería ver en tus ojos los otros ojos.”

El motor de la furia del yakuza llega a ser la aparente muerte de Yasunara al igual que el resto de su familia, hecho que atraviesa su determinación para adiestrarse dentro las esferas sangrientas más extremas.

“En la fuga el cerebro opera bajo el efecto de una droga./el vehículo gira sobre su eje como el percutor de un revolver/ en sesión de ruleta rusa y espiritismo./trozos de vidrio orbitan satelitales/ dardos de hierro que la piel inmanta/la cabeza incrustrada al parabrisas/siete hachazos de metralla/lluvia de corales sobre tu cuerpo.” “Mi cuerpo es un acuario hirviendo/ es una habitación incendiada”.

Nuestro yakuza es un vengador caracterizado por vivir profundamente su realidad dentro los tatuajes que guarda en su interior y que identifica en la sociedad al igual que en la de su entorno, marcas que llegan perseguirlo dentro las diferentes aristas o textos del poemario.
Pero en realidad se trata de dos yakuzas los que encontramos en el trabajo de Francisco, el segundo es el yakuza escritor que en algunos de sus textos y dentro las cartas demuestra el conflicto que conlleva cultivar tal escenario sin la experiencia vivencial de la misma salvo la observación de un universo imaginario.

“Tras ellas el mar es un sistema/que observo con actitud de ajedrecista/soy una ciudad poblada de imágenes inmóviles/y violentas” “Brazo blanco emerge de la penumbra del auto a la penumbra/de la calle silenciosa como un ilusionista que saca de su bolsa/ el cuello de una garza decapitada. (…) Vigilar es añadir a tu soledad la presencia de fantasmas/voces de niños que rien lejanos cerca del mar/no sabemos si desde la orilla o desde el fondo/si atrapados en las corrientes o entre la niebla”

El poemario en general se debate en ese conflicto del autor, o mejor dicho, del yakuza escritor y el yakuza asesino, roles que se intercambian y encuentran a medida que el autor se enfrenta a una hoja en blanco tan tieza y fría como la de una katana o shuriken, observamos asi una mudanza fracturada desde Asia a Sudamérica, que demuestra ser la misma entre el imaginario y la realidad, hecho que categoriza este trabajo dentro la ficción.

“Como un oso panda hipnotizado/en la ingesta interminable del bambú/mis dedos mutilados se consuelan”. “Mis venas son una barricada reducida/una micro incendiada la tarde entera (…) soy un pulpo estrellado contra las rocas/silueta de hombre/petroglifo que adorna/la pared de una casa en Hiroshima: después del hongo/nuclear miramos con sospecha el futuro en nuestra sombra/mi sombra, en la arena, tiene la forma de un cuerpo que flota/con cuarenta puñaladas, en un charco, devorado/por los cerdos.”

El desenlace del poemario muestra el encuentro de esta dualidad del autor junto a una aclaración o postfacio sobre los motivos que lo llevaron a construir el poemario y la susceptibilidad que llegó a enraizar en él. Y así termina el libro, un libro cargado de imágenes como se carga el tambor de un revolver colocando cada bala con una imagen concreta y sólida de la víctima o el objeto a aniquilar:

“El sol de la mañana arde en el reverso de mis párpados”

Esta es la verdadera experiencia del autor dentro y con su poemario, una auto-persecución y vigilancia continúa de su trabajo y su vivencia, un observador siendo observado (mejor reflejado en el poema “Telépatas”) demostrando una unidad similar a la de un martillo meteoro oscilando sobre las manos de Gogo Yubari. Esa es la redondez que propone, una unidad potente para cortar y entrecortar atomos, rellenar un vacío con otros llenos de inciensos, paredes de bambu, linchacas, tatuajes y carne asada para que, al terminar la ficción, vuelva a su familia verdadera que seguramente lo espera en su living comedor con el desayuno y los cereales sobre la mesa, frente al cuadro de la venus de Velásquez que no pudo sacarse de la cabeza.

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